Resiliencia cafetera | El Nuevo Siglo
Martes, 30 de Marzo de 2021

* Buen comportamiento reciente del sector

* “Colombia es café, o no es”: Uribe Uribe

 

 

Dentro de las voces que diariamente escuchamos sobre la situación calamitosa por la que atraviesan empresas y sectores, como consecuencia de la pandemia, es estimulante escuchar las que llegan del gremio cafetero por boca del Gerente General de la Federación. En efecto, las actividades asociadas a la producción y comercialización del grano han sido una de las que con mayor éxito ha sorteado las tribulaciones de la crisis sanitaria registrada en el país durante el último año.

Una situación a todas luces muy estimulante, tratándose finalmente de una actividad que emplea una cuarta parte de la mano de obra rural a nivel nacional y sigue teniendo un papel destacado en el comercio exterior de Colombia.

En efecto, en el 2020 tuvimos una cosecha que se acercó a los 14 millones de sacos y que representó un ingreso para las más de 500 mil familias cafeteras que existen en nuestro país del orden de nueve billones de pesos. De igual manera, los precios internacionales del grano han tenido una buena tónica, lo mismo que la prima que se paga por el origen colombiano, que se han mantenido entre US$ 0,95 y US$1,25 la libra. Todo ello se ha traducido en un precio doméstico superior al millón de pesos por carga de 125 kilogramos durante los últimos meses.

Más importante aún resulta que esto se logró a pesar de una cosecha monstruosamente grande (70 millones de sacos) que recolectó Brasil durante el año pasado. En el arranque de 2021 los inventarios en manos de los consumidores se han reducido y el gigante suramericano, por razones asociadas al fuerte verano que se ha registrado en su región cafetera, no podrá repetir el volumen de la considerable producción de 2020.

Si bien la caficultura no ostenta actualmente la importancia en cuanto a generadora de divisas que llegó a tener en la primera mitad del siglo XX, desde el punto de vista social sigue teniendo el impacto superlativo que siempre se le ha reconocido. El empleo en el campo y la contextura del tejido social de nuestras zonas rurales sería muy distinto sin el aporte trascendental del cultivo del grano en las tierras de la ladera andina.

Colombia ha mantenido el programa de renovación de la caficultura que se inició durante los gobiernos anteriores. Una estrategia que hay que continuar con toda la energía. Es indispensable evitar que nuestro parque cafetero envejezca, lo que sucedería si no existieran -afortunadamente no es así- los programas de renovación. El país cuenta con 844.743 hectáreas sembradas en café, de las cuales es indispensable recambiar al menos un 10% anualmente para evitar que se torne vieja el área sembrada de nuestro producto más insigne. Como se dijo, el gremio ha mantenido una línea muy positiva en este campo.

A corto, mediano y largo plazos tenemos grandes retos cafeteros. Uno de ellos es poner en funcionamiento el Fondo de Estabilización de Precios que se aprobó en congreso nacional hace algún tiempo y que actualmente cuenta con recursos por cerca de 250 mil millones de pesos.

De otro lado, la Federación de Cafeteros desde el año pasado puso en marcha un interesante programa de bioseguridad entre los trabajadores que recogen y benefician el grano. Una estrategia sanitaria que habrá de mantenerse en la cosecha de mitaca de este año que está muy próxima a iniciar. Es claro que una parte importante de la mano de obra con la que se está recolectando y beneficiando el grano es de origen venezolano. Esto ha permitido despresurizar una buena parte del impacto de la llegada de centenares de miles de personas que huyen del vecino país, de forma tal que la ola migratoria no repercuta exclusivamente sobre las ya agobiadas ciudades colombianas.

No en pocas ocasiones hemos recalcado en estas páginas que en la historia social y económica de Colombia el café ha salido a ayudar en los más difíciles momentos de nuestra trayectoria como nación. Lo decía con clarividencia el general Uribe Uribe: “Colombia es café, o no es”. Una premisa que sigue teniendo vigencia.