Violencia y política | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Enero de 2014

*Crímenes al amanecer

*Santos, contra el terrorismo

 

Superada, en gran parte del globo, la época en la que algunas minorías consideraban que la política era la suma de la combinación de la violencia y la revolución, con la finalidad de trastocar el orden social y formar una nueva sociedad bajo su dominio, el ejercicio de la lucha de ideas para obtener los votos mayoritarios y llegar al poder debe ser, en esencia, absolutamente pacífico. La política es el arte de persuadir, de movilizar a los hombres por medio de las ideas y proyectos. El político cumple una tarea de convencer a los otros, de atraerlos por medio del verbo a su causa en la lucha por el poder, al tiempo que  demostrar que está al servicio del pueblo. El gran político le sirve a la Nación y no se sirve de ella para enriquecerse. En el gobierno se distingue por el arte de conciliar y conducir las diversas fuerzas políticas hacia los grandes objetivos de Estado que se propone. El estadista induce a las gentes a entender sus objetivos a favor de una sociedad mejor y de un desarrollo que, para lograrlo, respete la dignidad humana y las necesidades básicas de la sociedad. Los tiranos y dictadores, que se valen de la fuerza para someter a los demás, como los movimientos extremistas que pretenden promover dictaduras de clases o de grupos, enlodan la razón misma de la política, que riñe con todo tipo de violencia, aún más si se trata de la terrorista y homicida dizque para llegar a  derrocar la democracia e imponer un sistema revolucionario a sangre y fuego.

Por supuesto, solo un anacronismo fatal puede haber llevado a ciertos elementos de la sociedad a considerar que la fuerza sustituye la inteligencia y la lucha por el poder. Para justificar ese asalto a la razón inventaron la teoría de la liberación de los humildes que, según ellos, eran sometidos por los de arriba, desconociendo que no existe sistema político alguno en el cual no haya unos que orientan la sociedad y otros que, en ese pacto social, aceptan jugar su papel dentro de esa regulación. Es injustificable cualquier tipo de violencia fundamentada en la teoría de eliminar a los contrarios o de asesinar a las gentes del pueblo.

La barbarie subversiva que durante más de medio siglo ha azotado a Colombia tiene que ver con la incapacidad  entender que la política y el  cambio se hacen por medio de la deliberación de las ideas y las propuestas, entre gentes libres que votan y deciden por su cuenta su destino. Las minorías armadas que buscan por imponerse por la fuerza son la negación misma de la política. En países avanzados donde impera la democracia, el que saliera a predicar la violencia para hacer el cambio y llegar al poder no se le trata como un disidente, sino como un enfermo, un perturbado, un loco al que hay que ponerle una camisa de fuerza y llevarlo a un hospital o un manicomio para el consiguiente tratamiento psiquiátrico.

En Colombia, por efectos de que la Nación no está a tono con los tiempos de la civilización, mientras en el mundo entero las naciones avanzadas rivalizan por la inteligencia en obtener y ejercer el poder, todavía tenemos elementos dispuestos a asesinar colombianos para hacer sentir su poder terrorista y su desprecio a la vida de los demás, quizá para forzar una presión de la sociedad en las negociaciones de La Habana y que nuestros voceros se sometan a sus desproporcionadas y absurdas exigencias. Colombia no se va a doblegar por el terrorismo, ni por el horrible atentado en Pradera que perturbó la tranquilidad de una población de unos poco más de 50.000 habitantes,  que ha sufrido por mucho tiempo las iniquidades de los alzados en armas. Los atentados de cualquier índole no van a variar el voto de los colombianos en las próximas elecciones, ni impedirán que las Fuerzas Armadas cumplan con su misión de abatir el terrorismo.

La postura del presidente Juan Manuel Santos frente al ataque terrorista ha sido clarísima: “Atentar en una plaza denota una actitud absolutamente demencial. Esta gente cree  que cuando hace uso del terrorismo, que no es muy distinto a lo que pasa en Oriente Próximo, el pueblo colombiano se asusta, tiende a ceder. Se equivocan de medio a medio, no tienen ni idea de la conexión que tienen que tener con el pueblo. Y por eso son aborrecidos”.