Afganistán: ¡no todo está perdido! | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Domingo, 12 de Septiembre de 2021
Jairo Morales

Mi visión sobre los recientes acontecimientos en Afganistán, dramáticamente descritos por todos los medios mundiales de comunicación, puede sonar horrífica así como política y militarmente incorrecta y censurable a los oídos de la opinión pública occidental, pero pienso que el retiro programado de Afganistán por parte de las tropas norteamericanas y aliadas (bastante caótico, por cierto) es lo más sensato y promisorio que ha ocurrido en estos últimos años en beneficio de la paz mundial y del pueblo afgano para que haga su propia historia sin sucesivas ocupaciones, guerras y determinaciones de poderes políticos y fuerzas militares de potencias extranjeras (Reino Unido primero, luego la Unión Soviética y hasta hace pocos días Estados Unidos y aliados) que todos juntos han contribuido en buena medida a dar origen al fenómeno Talibán y su agresiva insurgencia.

Recordemos que los talibanes nacen de un movimiento estudiantil religioso en los años 90’s (apoyado siempre por Pakistán y Estados Unidos en su momento durante la guerra afgana contra la Unión Soviética) que acoge el radicalismo y fundamentalismo islámico como la única salida al oscuro destino de la sociedad afgana, entre otras razones: (i) por las sucesivas tentativas de sometimiento político e ideológico de parte de poderes occidentales; (ii) por la hegemonía del poder corrupto de los señores de la guerra (warlords) y sus milicias; (iii)  por la desarticulación tribal y cultural del país que le restaba fuerza y unidad a la formación de la nación islámica: y, además, desde luego, (iv) por la feroz rivalidad entre los partidos y fracciones políticas y étnicas por el control total del aparato central del estado y sus recursos.

Desde mucho antes del ataque terrorista del 11 de septiembre del 2001, los talibanes controlaban y gobernaban más de las tres cuartas partes del país. Hoy, 20 años después, esa proporción no ha cambiado y su poder permanece casi intacto y creciente, con excepción desde luego de la Región Norte que respaldó la invasión norteamericana, el repliegue talibán y al final asumió el gobierno. Este antecedente es importante tenerlo en cuenta a la hora de responder a las preguntas de ¿por qué los Talibanes volvieron al poder? Mi respuesta es: porque nunca lo perdieron. ¿Por qué los talibanes persisten? Mi respuesta es: porque su ideología religiosa radical orientada a la búsqueda de una identidad nacional es el factor más importante que les ha permitido gestar una cierta unidad de etnias, tribus, clanes y fracciones políticas frente a la ocupación y amenazas externas verosímiles que siempre han estado presentes.


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Escribo esta nota, pues estuve trabajando en Afganistán con Naciones Unidas desde comienzos del 2000, durante el periodo gobernado por los talibanes, hasta septiembre del 2001 cuando virtualmente comienza a desmoronarse su gobierno por la justificada reacción antiterrorista norteamericana. Luego, en el 2006 volví a Afganistán y Pakistán hasta el 2007 para asesorar a los dos gobiernos en temas de repatriación y retorno de refugiados afganos residentes en Pakistán a sus comunidades de origen (tres y medio millones de ciudadanos afganos en su momento).

Lecciones

Mis dos misiones en esta parte del Asia Central me enseñaron muchas cosas pensando en el desarrollo de un futuro humanista y pacífico de la población afgana y en su libre transición hacia la modernidad sin modelos occidentales prescritos.

Una de ellas es que con mucha paciencia y sensatez se puede trabajar con los talibanes en muchos terrenos, sobre la base de una relación de cooperación, respeto y entendimiento mutuo. Obviamente, la cuestión de los derechos humanos es lo más sensible y frágil en esta relación. Pero muchos avances persuasivos se pueden lograr trabajando a nivel de las comunidades de base, de los líderes locales y del mismo aparato político-militar del gobierno a nivel nacional.

Otra importante lección se encuentra en la importancia de la prevalencia de visiones de realización humana sobre las de dominación, domesticación y sometimiento. La sucesión de poderes militares extranjeros en Afganistán y también las cooperaciones “humanitarias y de desarrollo” que han provenido de esos centros de poder han sido más funcionales a los intereses y veleidades de la guerra y las ocupaciones que a las exigencias de la paz y desarrollo. Eso hay que cambiarlo radicalmente mirando hacia la construcción de una sociedad autónoma e independiente con capacidad de autodeterminación.

Finalmente, pienso que se debe activar todo el sistema de las Naciones Unidas en sus más diversas dimensiones (política, seguridad, derechos, desarrollo y asistencia humanitaria) y también de la Unión Europea para ofrecerle al pueblo afgano y a los talibanes (aun así haya discusiones sobre su legitimidad) todas las opciones posibles de reconocimiento, cooperación y bienestar orientadas hacia la paz y desarrollo a cambio de la adopción plena de la universalidad de los derechos humanos y la producción de bienes de paz y no de guerra (me refiero a la heroína y a los albergues terroristas). Cualquier acción anticipada de bloqueo político, económico, financiero y comercial resulta inviable y contraproducente. En todo esto, Pakistán juega un papel muy importante, pues es una puerta de entrada para un diálogo productivo con los talibanes.

¡Es una estrategia de transición de largo plazo por lo que hay que actuar desde ya! ¡Por ello hablo de que no todo está perdido!

* Doctor en Economía. Experto Internacional en Paz, Equidad y Desarrollo. Ciudad del Cabo, Sudáfrica.

jairo@inafcon.com.