Perspectivas. Cambio climático, ‘sepulturero’ de la vida nómada | El Nuevo Siglo
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Sábado, 8 de Octubre de 2022
Redacción internacional con AFP

LA modernidad, la rebelión de las nuevas generaciones y el choque de culturas no hicieron mella en su estilo de vida, tan antiguo como la humanidad. Pero desde hace una década, enfrentan un incontrolable peligro, al punto que temen su extinción. Es el cambio climático que amenaza la subsistencia de los nómadas.

No son muchos, pero ‘machos’ (no por género) como dice el refrán popular.  Representan apenas el 0.3% de la población global y están presentes en la mayoría de los continentes, aunque con mayor concentración en África y Asia.

Aunque etimológicamente nómadas o nómades es una palabra griega, tiene su origen en un pueblo norafricano llamado “númida”, que aunque no se dedicaba al pastoreo, se trasladaba constantemente de un lugar a otro. Si embargo se adoptó para significar “al que deja los rebaños en los pastos’, debido a que fueron muchos y en diferentes lugares del orbe que por cumplir con esa actividad no se podían establecer en ningún lugar.

Con datos no tan recientes, pero si fiables, se estima que en el mundo hay alrededor de 30 millones de personas pertenecen a pueblos nómadas, la gran mayoría de ellos no en constante desplazamiento, sino que se mueven estacionalmente para aprovechar el agua, los pastos y los cultivos.

Desde años atrás hicieron explícito que se les llamara no sedentario o migratorio porque ya no se rigen por el constante desplazamiento errante de siglos pasados, tanto por su labor como por las condiciones climáticas.  Así, se clasifican en tres categorías: los cazadores-recolectores, los pastores nómadas y los nómadas itinerantes, que ofrecen sus habilidades de un oficio, arte o comercio.

Vale aclarar que dentro de todas ellas hay semi-nómadas, es decir que tienen un lugar base la mayor parte del tiempo y se desplazan únicamente para cumplir algunas de las actividades anteriormente descritas. Ejemplo de ello, en Colombia, son Los Nukak, que viven en la selva de Guaviare y se mueven según la estación del año para tanto para cazar como para sembrar, aunque a pequeña escala.

Producto del calentamiento global se han multiplicado los fenómenos climáticos extremos. Pueden ir desde inesperadas y prolongadas sequías con calores insoportables hasta inundaciones o fríos gélidos. En el primer caso padecen la falta de agua y, en el segundo, de alimentos porque no hay dónde cultivar. Esas condiciones han forzado a muchos a dejar ese estilo de vida y a enfrentar una difícil adaptación social.

Eso es lo que se está evidenciando en el sur de Marruecos, el país africano que tiene límites con el Mar Mediterráneo, España, el Océano Atlántico, Mauritania y Argelia.

"Todo cambió. No me reconozco en el mundo de hoy. Incluso la naturaleza se vuelve contra nosotros", comenta Moha Uchali, uno de los últimos nómadas de esa nación y quien lucha a diario para sobrevivir en duras condiciones climáticas y sociales.



Este quincuagenario y su familia se vieron obligados a dejar sus pertenencias en tierra de nadie a unos 60 kilómetros de la pequeña ciudad de Er Rich, no lejos de un río seco.

En un paisaje árido y rocoso, cerca del pueblo de Amellago y a unos 285 km al este de Marrakesh, se levantan dos tiendas de lana negra, tapizadas con coloridas bolsas de forraje y restos de tejidos.

"El agua escasea. Las temperaturas aumentan, la sequía hace estragos sin que se pueda hacer mucho", explica el nómada de la tribu amazigh (bereber) de los Ait Aissa Izem, con el rostro rasgado enmarcado en un turbante negro.

En Marruecos, el nomadismo pastoral, un modo de vida milenario basado en la movilidad según las estaciones y los pastos para el ganado, tiende a desaparecer.

Los nómadas se redujeron a 25.000, según el último censo oficial en 2014, frente a casi 70.000 en 2004, una caída de dos tercios en diez años.

 

Clavo final del ataúd

"Estamos exhaustos", detalla Ida, la esposa de Moha Uchali. "Antes vivíamos bien, pero las sequías sucesivas -cada vez más intensas- nos complican las jornadas porque sin agua no se puede hacer nada", se conmueve esta mujer de 45 años.

Marruecos sufre este año su peor sequía en cuatro décadas y la situación empeorará progresivamente hasta 2050, bajo el efecto de una disminución de las precipitaciones (-11%) y un aumento anual de las temperaturas (+1, 3º C), según el ministerio de Agricultura.

"Los nómadas siempre fueron considerados como un termómetro del cambio climático. Si ellos, que viven en condiciones extremas, ya no pueden resistir la intensidad del calentamiento, es porque las cosas están mal", subraya el antropólogo Ahmed Skunti.

"El agotamiento de los recursos hídricos, visible hoy incluso entre los sedentarios, planta el último clavo en el ataúd de los nómadas", afirma.

El cambio climático perturba en primer lugar sus trayectorias de trashumancia.

En épocas normales, los Ait Aissa Izem pasan el verano en el valle montañoso de Imilchil, porque allí el clima es más fresco. En invierno prefieren los alrededores más clementes de la provincia vecina de Errachidia.

"Es historia antigua, ahora vamos donde queda un poco de agua para salvar el ganado", cuenta Uchali al mismo tiempo que bebe un vaso de té.

 

Parias

La escasez de agua obliga incluso a algunos nómadas a endeudarse para alimentar su ganado, principal fuente de ingresos, como explica Ahmed Asni, de 37 años, cerca de una pequeña fuente de agua, casi seca, en la carretera que une Amellago con Er Rich.

"Me endeudo para poder comprar forraje y no morir de hambre yo", subraya.

Pero el fenómeno más común del cambio climático sigue siendo la sedentarización.

"Estaba cansado de luchar. Nos habíamos convertido en marginados de la sociedad. No me atrevo ni a imaginar lo que están sufriendo los nómadas de hoy", cuenta Hadu Udach, de 67 años, que abandonó el nomadismo en 2010 para establecerse en Er Rich.

Otro itinerante, Said Uhada, de 40 años, ya ha puesto un pie en la ciudad instalando a su mujer y a sus hijos para su escolarización.

"Ser nómada ya no es como antes. Sigo siéndolo por la fuerza, porque mis padres, ya mayores, se niegan a vivir en la ciudad", testimonia Uhada, cuyo campamento también está instalado cerca de Amellago.

Esta localidad "contaba con 460 tiendas", pero "en la actualidad sólo hay unas 40", precisa Driss Skunti, elegido representante comunal de los nómadas.

Luchar para sobrevivir

El clima no es el único factor que acelera el deterioro de sus condiciones de vida.

"La escasez de pastos debido a la privatización de la tierra y la inversión agrícola contribuye a ello", afirma Moha Hadachi, de 54 años, presidente de la asociación de nómadas de los Ait Aissa Izem.

"Son los inversores agrícolas los que dominan los espacios donde los animales nómadas solían pastar", añade el militante asociativo.

Los nómadas también enfrentan a veces la "hostilidad" de algunos aldeanos, reticentes a la idea de verlos instalarse "en su casa".

"Sin embargo, no siempre fue el caso, dondequiera que íbamos éramos bienvenidos", lamenta el exnómada Hadu Udach.

Frente a estas dificultades, la vida nómada ya no parece seducir a los jóvenes que sueñan con el sedentarismo.

Es el caso de Huda Uchali, de 19 años. Instalada en casa de un tío en Er Rich, la joven, que trata de seguir una formación profesional después de abandonar la escuela secundaria, confiesa "odiar" el nomadismo porque "ya no soporta ver a (sus) padres sufrir y luchar para sobrevivir".

"La nueva generación quiere cerrar el capítulo del nomadismo. Las cosas más simples se vuelven demasiado complicadas aquí", enfatiza.

Como estos marroquíes, la casi totalidad de los nómadas en el mundo enfrentan el alto impacto del cambio climático y están conscientes, así como resignados, a que en el futuro cercano dejarán ese estilo de vida y hasta perderán su cultura.

Los nómadas son de amplia presencia en regiones como el Tíbet o Mongolia, donde hay una mayor composición indígena, pero también los hay en Groenlandia (esquimales), en varias regiones africanas, siendo los más representativos los pastores taureg del desierto del Sahara (famosos mundialmente por sus trajes azules) y los  pueblos beduinos árabes; así como en algunas regiones de Asia (Afganistán y Pakistán) , mientras que en Sudamérica subsisten, entre otros, los mexicanos chichimecas, los colombianos Nukak y los chilenos Puelche así como los Kollas./R