Rasgos biográficos del seglar, médico y beato José Gregorio | El Nuevo Siglo
CON FE y devoción los venezolanos celebraron la beatificación del médico José Gregorio Hernández
Foto AFP
Viernes, 30 de Abril de 2021
Antonio Cacua Prada

Isnotú fue un pueblito indígena de la tribu de los Esnotú, fundado por Juan Pérez Revollo en 1640. Fue a ese lugar donde llegaron y contrajeron matrimonio Benigno Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla, el 22 de octubre de 1862 y tuvieron seis hijos.  El primero fue una niña, que sin embargo falleció cuando tenía seis meses. El segundo vio la luz el 26 de octubre de 1864 y lo bautizaron con el nombre de José Gregorio. Doña Josefa Antonia, su madre, se constituyó en su gran maestra, pero falleció cuando él tenía 8 años.  Después de cuatro años de viudez, don José Benigno contrajo nuevo matrimonio con doña María Hercilia Escalona, y dio seis nuevos medio hermanos a Gregorito.

El 4 de febrero de 1878, a los 13 octubres cumplidos, el jovencito partió para la capital del país. En Caracas llegó al famoso Colegio Villegas en calidad de interno. Por todas sus virtudes, conducta y calificaciones lo designaron Prefecto de Disciplina del plantel y profesor de matemáticas. En 1982 se graduó con todos los honores de Bachiller en Filosofía y Letras.

En septiembre de 1882, en la Facultad de Medicina de la Universidad Central inició su carrera profesional. Por casi tres años continuó viviendo y ocupando sus cargos en el Colegio Villegas. Como universitario también sobresalió en todos los aspectos. Allí conoció a quien sería su fraternal amigo y colega, Santos Aníbal Dominici, hijo del médico doctor Aníbal Dominici, a quien nombraron rector de la institución fundada por Bolívar y Santander.

Para descansar aprendió a tocar armonio, piano y violín. Compró los respectivos instrumentos y los utilizaba sin causar molestias. También pintaba. Le gustaba cantar motetes religiosos y música folclórica. Para distraerse estudio por su cuenta: francés, alemán, inglés, italiano, latín, griego, y así leer las obras en su propio idioma. Como era un ávido lector, cuanto libro caía en sus manos lo devoraba, especialmente los textos científicos, literarios y religiosos. Para entretenerse aprendió sastrería. Cortaba y cosía sus propios trajes en las horas nocturnas. Su pasatiempo favorito para descansar era el baile. Lo gozaba, no por la pareja, sino por la cadencia y el ritmo.



El 19 de junio de 1888 se graduó de Bachiller en Ciencias Médicas con un: “Por unanimidad. Aprobado y sobresaliente”.  El rector en elocuentes palabras exaltó al nuevo médico y al entregarle el Diploma le dijo: “Venezuela y la medicina esperan mucho del doctor José Gregorio Hernández Cisneros”.

Después el doctor Calixto González, médico del Presidente Juan Pablo Rojas Paul, supo que el gobierno creó una beca en París con el fin de enviar un venezolano a especializarse. Entonces sugirió al doctor José Gregorio Hernández Cisneros. Le fue otorgada y a su regreso, por encargo presidencial, trajo todo el instrumental, material y elementos para crear el Laboratorio Nacional en Caracas.

Para entonces ya tenía una gran fama como maestro y profesional. En 1904, junto a un grupo de colegas crearon la Academia Nacional de Medicina. Al año siguiente el Presidente General Cipriano Castro lo condecoró con la Medalla de Honor de la Instrucción Pública.

Dentro del mayor sigilo con su confesor y amigo, Monseñor Juan Bautista Castro, adelantó gestiones para ingresar a la Cartuja de Farneta, en Lucca, Italia.

A la Cartuja y el regreso

Cumplida su labor magisterial en la Universidad y su terea fraternal en la familia se dispuso a prepararse para realizar su vocación religiosa. En enero de 1908 recibió la confirmación de su recibo en la Cartuja italiana.

Con regocijo inició la organización de su viaje en forma reservada. Posteriormente, en mayo, entregó a sus familiares un pliego titulado: “Estas son mis últimas disposiciones”. Contenía 24 puntos. Después emprendió su viaje e ingresó al monasterio el 16 de julio.

Los Cartujos hacen tres cosas: rezar, estudiar y trabajar. Las 24 horas del día las dividen: 15 para ejercicios intelectuales; 2 para trabajos manuales y 7 para dormir. Todo en perfecto silencio.

El 29 de agosto, con el nuevo nombre de Fray Marcelo, inició el Noviciado. Allí pasó 10 meses dichoso, pero el trabajo manual de las dos horas “se le hacía muy penoso por la falta de costumbre”. Por eso el Superior le recomendó regresar al mundo. A él le correspondió cortar troncos con hacha para hacer tablas.

Cuando en Caracas se supo del regreso todos lo recibieron en forma jubilosa. Al atracar en el puerto de La Guaira, 21 de abril de 1909, el doctor Hernández se dirigió al Arzobispo pidiéndole lo admitiera en el Seminario Metropolitano. Allí renunció al ejercicio de la medicina de acuerdo con el Decreto Canónico que lo nombraba seminarista. Este escrito produjo un cataclismo. Los universitarios protestaron y exigieron al gobierno que debía nombrarlo nuevamente en sus antiguas cátedras. Ante ello, el arzobispo Castro juzgó prudente que el doctor José Gregorio regresara a la Universidad.

En 1912 en la Tipografía del señor J.M. Herrera Irigoyen su obra: “Elementos de Filosofía”.  Años después su amigo Santos Aníbal Dominici sostuvo “…La obra maestra de José Gregorio Hernández, la que por años meditó, en la que vertió la abundancia de sus conocimientos enciclopédicos, es, sin duda, “Elementos de Filosofía”.

En marzo de 1917 viajó a Nueva York a completar sus especializaciones, pero por los costos se dirigió a España, donde escuchó las lecciones del Premio Nobel de Medicina, el doctor Santiago Ramón y Cajal. En agosto volvió a Nueva York y visitó en Washington a su gran amigo, Santos A Dominici. Se regresó por México, Puerto Rico y Cuba, donde tomó un vapor español que hacia un cabotaje.  En su itinerario tocó en Puerto Colombia, Atlántico.  Esa fue la única vez en la cual piso tierra colombiana.

En el Instituto Anatómico de Caracas retomó sus clases y continuó la atención a sus centenares de pacientes hasta el domingo 29 de junio de 1919, fiesta de San Pedro y San Pablo.

La muerte

Ese día el doctor José Gregorio cumplió con todos sus deberes religiosos, médicos y familiares. Estaba feliz porque se había firmado el tratado de paz de la Primera Guerra Mundial.  A las 2 de la tarde llegó un propio a solicitarle examinara a una anciana muy grave. El aceptó. Al salir le dijo a su hermana Isolina: “Dile a mi hermano Cesar y sobrinos que me esperen, ya regreso”.

El doctor atendió a la señora, y al observar su pobreza se trasladó a una farmacia cercana y le compró las medicinas que le recetó. Con ellas en la mano se dispuso a cruzar la calle, cuando se escuchó una exclamación: “¡Virgen Santísima!” Era el doctor José Gregorio Hernández. Un accidente imprevisto, sin intención delictuosa acababa de suceder.

Desde la ventana de una casa vecina al lugar, la señorita Angelina Páez, vio y oyó al doctor José Gregorio. Ella gritó: ¡Lo mató!

El automóvil que lanzó al médico contra un poste iba manejado por el chofer Fernando Bustamante, quien reconoció “al accidentado porque había curado a su madre y salvado de la peste a una de sus hermanas”. Bustamante con un sencillo obrero que acudió, lo trasladaron inmediatamente al Hospital Vargas en el mismo automóvil, pero llegó muerto.

Al conocerse la noticia, Venezuela se paralizó. Todo el pueblo se movilizó. Los homenajes fueron multitudinarios. Verdaderamente se convirtió en un duelo nacional. Todas las gentes decían: “Ha muerto un santo”. “El doctor era un Santo”.

Al día siguiente, en el Paraninfo de la Universidad Central de Venezuela montaron la Guardia de Honor. Pasado el mediodía, por entre un rio humano de flores y de gentes, marchó el imponente desfile desde el Salón de Grados a la Basílica Primada. Gastaron dos horas. En la Catedral, Monseñor Felipe Rincón González, arzobispo de Caracas, ofició la misa. En el parque y en las calles adyacentes había más de treinta mil almas. Casi a las seis de la tarde se inició la traslación al Cementerio. A las 8 de la noche llegó el féretro al Campo Santo.

Las decenas de discursos pronunciados el domingo y el lunes fueron “bellos y conmovedores, exaltando la memoria de este hombre sabio, caritativo y humilde”. Desde ese mismo momento lo llamaron Santo.