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PROVIDENCE – ¿Qué tienen en común Rachel Reeves, Javier Milei y Elon Musk? Todos predican el evangelio de la austeridad como cura necesaria para lo que aqueja a sus respectivas economías.
Así, Reeves, ministra de Hacienda del Reino Unido, ha endurecido las normas de gasto e inversión pública, a pesar de que la restricción fiscal ha sido una de las principales causas de los problemas del país en los últimos 15 años. Del mismo modo, Milei ha enmarcado la austeridad como el precio que Argentina debe pagar por 20 años de sobreendeudamiento. Sostiene que derrotar a la inflación es el único camino hacia la prosperidad, aunque hacerlo ahonde un pozo de pobreza ya de por sí profundo.
Y, para Musk, Estados Unidos supuestamente necesita la austeridad para salvarse de la bancarrota. Este argumento no es más que una artimaña: los estados con monedas soberanas, especialmente la principal moneda de reserva mundial, no pueden quebrar. La motivación obvia de Musk para recortar los presupuestos públicos es hacer lugar para bajar impuestos y despedir a los empleados públicos que no comparten su agenda.
La última vez que oímos el tamborileo de la austeridad fue durante la crisis financiera global. En Estados Unidos, la respuesta prescrita adoptó la forma de un “secuestro” milimetrado (limitación del gasto). Pero, en Europa, el endurecimiento fiscal fue mucho más allá, destruyendo una década de crecimiento, socavando la inversión pública y contribuyendo a muchos de los problemas con los que el continente sigue lidiando hoy en día.
Lo que obviamente era un fracaso de las finanzas privadas se rebautizó como una crisis de gasto público desenfrenado. Los préstamos bilaterales a los países periféricos de la Unión Europea fueron poco más que rescates encubiertos de los bancos de los países centrales que se “pagaron” con restricciones fiscales. Quienes ofrecían argumentos elaborados sobre el poder expansivo del ajuste fiscal negaban lo obvio: cuando el sector privado intenta ahorrar y el sector público hace lo mismo, la economía inevitablemente se contrae y el volumen de deuda aumenta como porcentaje del PIB.
Esta fue la esencia del experimento autodestructivo de Europa con la austeridad en los años 2010. En 2016, incluso la Comisión Europea había empezado a cambiar de tono, y cuando llegó la pandemia, los días de “hacer crecer la economía contrayéndola” parecían haber terminado. Qué equivocados estábamos.
Como argumentó John Quiggin en su momento, la austeridad es una idea zombi: no se puede matar, porque es inmune a la refutación empírica. La sabiduría de la crisis del covid -cuando la respuesta sensata era rescatar la economía ante un cierre global- se convirtió así en otra “crisis de deuda desbocada” que amenaza con llevar al estado a la bancarrota.
Ya en la década de 2010, se suponía que la austeridad en la UE estabilizaría las finanzas públicas al “restablecer la confianza” en el mercado de bonos. Pero recortar el gasto cuando la economía ya estaba en recesión no hizo sino agravar el problema. El miedo a la inflación producto de “todo ese gasto” se convirtió rápidamente en miedo a una deflación y a la pérdida de confianza. La austeridad en una recesión simplemente produce más recesión y desempleo. Lo sabemos desde la gestión de Bruning como canciller en la Alemania de Weimar.
Condiciones distintas
Ahora bien, ¿qué ocurre con la austeridad en otras condiciones? Los casos actuales de Estados Unidos y Argentina son interesantes en este sentido. Por su parte, Estados Unidos no está cerca de una recesión. La economía va viento en popa y se enfrenta a presiones inflacionarias. Además de liberar espacio fiscal para recortes de impuestos, otra posible explicación para perseguir la austeridad en tales condiciones tiene que ver con la geopolítica y los desequilibrios globales.
Cuando Joe Biden asumió el cargo, a principios de 2021, mantuvo la mayoría de los aranceles de Donald Trump y se embarcó en una senda de reindustrialización “verde”. Ahora que Trump ha vuelto al poder, está aumentando aún más los aranceles para forzar ajustes en las economías exportadoras, a la vez que sustituye la estrategia de reindustrialización verde de Biden por un enfoque basado en los combustibles fósiles.
Pero esta no es toda la historia. Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) persiguen el viejo sueño republicano (y libertario) de desmantelar el estado administrativo moderno. Preferirían el estado del siglo XIX, que utilizaba los aranceles para proteger la industria nacional y aumentar los ingresos públicos. La implicancia es que los barones de la tecnología de Silicon Valley retomarán el papel desempeñado por los barones ladrones durante la Edad Dorada. Así pues, se está desempolvando la austeridad para una serie de propósitos totalmente nuevos.
Argentina, por el contrario, se enfrenta a una inflación permanentemente alta sin crecimiento real (ajustado por inflación) del PIB. Se ha implementado más de una docena de planes de estabilización, y Milei ha conseguido lo que parecía imposible: una amplia coalición electoral a favor de la austeridad.
Milei debe su éxito (hasta ahora) a la política distributiva de la inflación permanente. Los peronistas perdieron su control prolongado sobre los pobres y la clase trabajadora porque estos son los votantes que gastan la mayor parte de sus ingresos en consumo, y el aumento de los precios erosionó constantemente su poder adquisitivo.
La coalición peronista consiguió proteger a los sindicatos de la inflación indexando los salarios en consecuencia, y las clases profesionales se protegieron con tenencias de dólares estadounidenses. Durante un tiempo, este acuerdo fue suficiente para que los peronistas ganaran las elecciones. Pero quienes carecían de estas protecciones sufrían la caída del consumo, y la pobreza aumentaba año tras año. Milei ofreció una salida. Adoptaría la austeridad, destruiría las redes peronistas, desbarataría a los intermediarios y desregularía todo. Dolería durante un tiempo, pero aplastaría la inflación y destruiría la capacidad de los infiltrados peronistas para protegerse. El dolor de ellos sería en beneficio de los demás. Así, la austeridad se ha convertido en una forma de política de schadenfreude, muy parecida a la guerra contra los empleados federales y otras “élites” en Estados Unidos.
Ruta de Milei
¿Funcionará? En Argentina, si de lo que se trata es de derrotar a la inflación a pesar del aumento de la pobreza, entonces sí, está funcionando. Pero solo será electoralmente sostenible si una menor inflación conduce a una mayor inversión y a un aumento de los salarios reales. Si conduce a una pobreza cada vez mayor para los que votaron a favor, Milei perderá su base.
En Estados Unidos, si el objetivo es desmantelar el estado administrativo, la austeridad funcionará. Pero en un país donde el 53% de los condados -la mayoría de ellos de tendencia republicana- dependen de las transferencias del gobierno para una cuarta parte o más de sus ingresos, puede resultar contraproducente. Aun así, si los republicanos consiguen recortes fiscales por valor de 4 billones de dólares para el 10% más rico, puede que el plan valga la pena.
La austeridad ha regresado, pero esta vez no es solo una mala idea. También es un arma política y una herramienta redistributiva peligrosa.
*Profesor de Economía Internacional y director del Centro Rhodes de Economía y Finanzas Internacionales del Instituto Watson de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad Brown, es coautor (junto con Nicolò Fraccaroli) del libro de próxima aparición Inflation: A Guide for Users and Losers (W. W. Norton & Company, 2025) y autor de Austerity: The History of a Dangerous Idea (Oxford University Press, 2015).