Álvaro Gómez, gladiador con sus ideas: Tirado | El Nuevo Siglo
Foto archivo El Nuevo Siglo
Sábado, 21 de Agosto de 2021
Redacción Política

En su reciente libro “El presente como historia” dedicó un capítulo al secuestro del estadista conservador donde cuenta el rol que tuvo en su liberación y la forma como cambió el concepto que tenía sobre él. Aquí el texto:

DE las múltiples acciones que permanentemente adelantaba la Consejería, quiero recordar una de especial significado como fue la referente al secuestro de Álvaro Gómez hurtado el 29 de mayo de 1988. Entre las condiciones que el M-19 exigía para liberarlo se incluía que el Gobierno se pronunciara, en televisión, sobre la situación de los derechos humanos. Yo estaba en Nueva York presentando un informe ante el Grupo de Desaparecidos de las Naciones Unidas. Al regresar a mi país me estaba esperando la conocida periodista María Isabel Rueda, que hacía parte del grupo negociador para la liberación, quién me informó de la petición de los secuestradores y me solicitó que hablara en nombre del Gobierno. Le respondí afirmativamente, con la obvia condición de que fuera designado por el presidente, quien, en la conversación que enseguida tuve con él, confirmó su talante de respeto y confianza con sus colaboradores. Como era obvio, y ante un encargo tan delicado, le solicité al presidente las directrices y los términos de la intervención, a lo cual tajantemente me respondió: “Hágalo según su entender. Para eso lo nombré. Tengo confianza en usted y en su desempeño”. Ese mismo día, al comienzo de noche, hice por televisión la presentación solicitada en la que, entre otras cosas, recordé que el método empleado por el grupo guerrillero no era el adecuado para reclamar la vigencia de los derechos humanos”.



Afortunadamente, el cumplimiento de esa exigencia fue uno de los elementos que ayudó a la liberación del doctor Gómez Hurtado, y guardo con especial aprecio la tarjeta escrita a mano que me envió para agradecer mi gestión en su liberación. Pero también hubo un lado oscuro que hoy quiero sacar a la luz y que muestra el aspecto insolidario de algunas personas y sectores. Me refiero a la queja que elevaron ciertos anunciantes. Según éstos, la intervención por televisión que exigía el M-19 copó un espacio en el que los anunciantes hacían sus promociones y esto afectaba sus ingresos, así como me lo informó el ministro de Comunicaciones:

“Álvaro Tirado perjudicó a las programadoras de televisión”, sostuvo en la última reunión la Comisión para la vigilancia de ese medio. La entidad consideró una salida inesperada del Consejero Presidencial para los Derechos Humanos que retrasó la programación habitual y se fue en contra de los derechos de los televidentes. Las normas de televisión sin que medie autorización del Consejo nacional, es el Presidente. La intervención de Tirado, autorizada por el director de Inravisión, Felipe Zuleta, se produjo el 10 de este mes, por las cadenas 1 y 2 y duró 15 minutos”.

La primera vez que oí hablar de Álvaro Gómez fue a finales de los años cuarenta. El país estaba tremendamente polarizado, en los campos crecía la violencia y se acercaba el final del gobierno de Marino Ospina. En el Congreso de la República se daban debates encendidos y en uno de ellos hubo un cruce de disparos entre parlamentarios liberales y conservadores, con el saldo de un muerto y varios heridos. Se discutía una ley electoral y Álvaro Gómez, con algunos de sus copartidarios llegó con pitos al recinto, para hacerlos sonar cuando hablaran los contrarios y acallar sus voces.  En el país se instaló la imagen de un Álvaro Gómez sectario y dogmático. Por esos días, Carlos Lleras, antes de que el Congreso fuera cerrado, dedicó gran parte de su alocución a defender a su partido de las acusaciones de que el liberalismo colombiano era comunista. Además, en medio de la tremenda pugnacidad y sectarismo que vivía Colombia, pidió a sus copartidarios que negaran hasta el saludo a sus adversarios conservadores.

Mis relaciones con el doctor Álvaro Gómez no habían sido buenas. Para mí, al igual que para una inmensa porción de colombianos, él encarnaba la extrema derecha, la intolerancia y la reacción. Como ya se ha mencionado, con motivo de la aparición de algunos de mis libros, Álvaro Gómez escribió contra ellos varios editoriales en El Siglo, con títulos poco amables. Pasado el tiempo y estando yo recién posesionado como Consejero presidencial para los Derechos Humanos, apareció en El Siglo una nota que me desconcertó e indignó, pues presentaba hechos que pugnaban con la realidad y me afectaban. Decía la nota que con motivo de la visita a Bogotá de Adolfo Pérez Esquiven, Premio Nobel de la Paz, yo me había reunido clandestinamente con él y algunos jefes guerrilleros a altas horas de la noche. Era la típica nota de desinformación y guerra psicológica que en ocasiones producen los cuerpos de seguridad. Con tal motivo, y previa consulta con el presidente Barco, le dirigí una nota en términos duros al director del periódico, el doctor Gómez Hurtado, quien era ajeno a la situación. Este, caballerosamente, me envió un mensaje por intermedio de Juan Gabriel Uribe, en el sentido de publicar mi nota, suprimiéndole ciertos términos, a lo cual yo accedí. Una semana después, el doctor Gómez me invitó a almorzar para que dialogáramos sobre la historia de Colombia, en compañía de algunos periodistas del diario. A partir de allí se inició una relación cordial que mantuvimos hasta su muerte.



Durante ella, y en muchos encuentros, pude apreciar la capacidad intelectual de Álvaro Gómez, su compromiso con Colombia, su gran bagaje cultural y sus conocimientos sobre la situación mundial y especialmente del país. El hombre de modales finos, que exponía sus argumentos calmadamente y con inteligencia fue borrando en mí, o al menos mitigando, la figura del parlamentario aguerrido e intransigente que se instaló en el imaginario colectivo. El Frente Nacional contribuyó a disminuir la polarización y el sectarismo que en ambos bandos caracterizó los decenios anteriores. Al ritmo de los tiempos, y al igual que muchos colombianos, Álvaro Gómez fue transformando su visión del mundo, del ejercicio de la política y de la relación con el oponente que, paulatinamente, de enemigo se fue mudando en contradictor. Todo ello, preservando siempre una línea y unos valores que defendió con brillo en el parlamento, el periodismo y la cátedra.

Muchas veces compartí el diálogo con él. Con motivo de mi retiro de la Consejería de Derechos Humanos estuvo en la mesa principal en el acto de despedida que se me ofreció, pues quería asistir para manifestar su identificación con estos valores y como manifestación de deferencia con mi persona. Recuerdo que coincidimos en un vuelo a París, cuando él iba a tomar posesión de la Embajada en esa ciudad y yo viajaba con el mismo propósito a la Embajada en Suiza. La conversación se prolongó durante horas por una escala en Barranquilla. En ella, entre otras muchas cosas, me relató su experiencia en Berna cuando fue embajador, recién pasada la Segunda Guerra Mundial, el clima político y social de Europa en ese tiempo y me dio recomendaciones muy precisas y útiles para el ejercicio diplomático. Por esa época lo visité varias veces en París y tuve el placer de disfrutar de sus dotes de anfitrión en un club privado que quedaba cerca de la sede de la embajada. Estaba decantando sus ideas sobre el “régimen”. Fueron diálogos enriquecedores con un ser humano, con un maestro. En un país donde tantas muertes y asesinatos tienden a insensibilizarnos, el suyo me dolió y me sacudió. Le cobré aprecio. Se iba una persona con la cual yo había tenido tantos sentimientos contradictorios. Un personaje de primera línea, siempre en defensa de su ideal. Un gladiador por sus ideas. Alguien que en la lucha política propinó y recibió heridas. Un hombre que tuvo el coraje de cambiar, que en su madurez y en aras de la convivencia se negó al rencor y supo marchar al lado de sus antiguos enemigos y de quienes, en un momento malhadado, le privaron de su libertad física. El país perdió.