Gustavo Petro, el Personaje del Año en Colombia | El Nuevo Siglo
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Domingo, 11 de Diciembre de 2022
Redacción Política

El primer presidente de izquierda en Colombia. El primero que militó antes en una guerrilla. El primero que ostenta la calidad de desmovilizado. El primero que logra más de once millones de votos para salir electo. El primero en tener una vicepresidenta de origen afrodescendiente. El primero de izquierda que logra hacer una coalición de gobierno con partidos de centro y centroderecha que fueron sus rivales en la campaña electoral. El primero en este siglo cuyo principal rival en las urnas prácticamente desapareció del escenario político nacional en menos de tres meses y dejó acéfala a la oposición. Y también el primero que logra que el Congreso le apruebe, en medio de un complicado panorama económico, una reforma tributaria de 80 billones de pesos, la más alta en la historia… Ese es Gustavo Petro, quien fue escogido por EL NUEVO SIGLO como Personaje del Año 2022.

Pero también Petro es el primer presidente de Colombia en la última década que no considera al régimen de Venezuela como una dictadura. También es el primero en ejercicio que está planteándole directamente al mundo una ruta concreta de despenalización de la droga (Juan Manuel Santos y César Gaviria lo enfatizaron ya en condición de exmandatarios). Asimismo, es el primero que plantea congelar la firma de nuevos contratos de explotación petrolera y gasífera en nuestro país, pese a que esta industria es la principal fuente de recursos de la nación. Es el primero que en el cambio de entrada de la cúpula de la Fuerza Pública pasó a retiro a medio centenar de generales. Y también es el primero en este siglo con una inflación anualizada superior al 12% y que ha tenido el dólar por encima de los 5.000 pesos…

Precisamente por todos esos contrastes es que el hoy jefe de Estado resulta ser el Personaje del Año, ya que su elección no solo marcó un punto de inflexión en el escenario político y electoral colombiano, sino que el arranque de su mandato ha tenido muchas altas y bajas.

Si bien ya había sido dos veces aspirante a la Casa de Nariño, e incluso en 2018 llegó a segunda vuelta y sacó ocho millones de votos, en este 2022 derrotó a todos sus rivales, desde los provenientes de coaliciones con fuertes raíces partidistas, como Federico Gutiérrez o Sergio Fajardo, hasta a dirigentes "outsider" de la política nacional, como el excandidato presidencial Rodolfo Hernández, quien perdió en segunda vuelta pese a sumar más de 10,6 millones de votos.

Un escenario en el que, además, deben sumarse hechos clave: uno, que Hernández no se convirtió en jefe de la oposición, renunció al Senado y se fue a hacer política local en Santander. Y dos, la debilidad opositora del uribismo, no solo por un expresidente Uribe disminuido por su situación jurídica y la debacle electoral del primer semestre, sino porque el exmandatario Iván Duque, si bien habla cada vez más, no se decide a asumir las banderas opositoras.

Además, contra todo pronóstico, aunque la sumatoria de partidos de izquierda y centroizquierda no daba para conformar mayorías en Cámara ni Senado, el nuevo Gobierno maniobró y convenció a tres partidos tradicionales y con los que rivalizó duramente en campaña (conservadores, liberales y La U) de integrar el bloque oficialista y conformar una aplanadora en el Legislativo, la misma que ya le sacó avante la drástica reforma tributaria, el Presupuesto General para 2023, el Acuerdo de Escazú, la reforma a la Ley 418 (que es la base de su política de “paz total”) y otras iniciativas.

En otras palabras, Petro no solo lidera el Ejecutivo, sino que maniobra con cierta soltura en el Legislativo, en tanto que con el poder judicial, especialmente con la Fiscalía, la Procuraduría, altas cortes e incluso los jueces, sí ha tenido más de un roce.


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Difícil acomodo

En el plano típicamente ideológico, si bien a partir de la elección de Petro se concretó un cambio en el mapa político, con un fuerte avance de la centroizquierda, todavía es muy temprano para señalar si está cambiando el modelo de país. No solo porque apenas van cuatro meses de mandato, sino porque es evidente que el nuevo Gobierno no tenía listas las bases ni los articulados de las reformas del “cambio”.

El presidente ha hecho más anuncios que concretado temas, salvo el apretón de impuestos, el primer marco legal para su estrategia de paz, la apertura del proceso con el Eln y el restablecimiento de relaciones comerciales y políticas con Venezuela, entre otros.

Sin embargo, está muy cruda la reingeniería prometida en el campo laboral, pensional, de salud, agraria, de transición energética, de nueva óptica en la lucha antidrogas o incluso de un cambio en la estrategia de seguridad y orden público. El Plan Nacional de Desarrollo, cuyo texto será radicado en el Congreso a mediados de febrero, apenas está en construcción y el primer borrador contiene metas y enunciados aún muy generales.  

Por eso, precisamente, no se puede medir si Colombia ya empezó a dar un giro hacia la socialdemocracia o a un esquema de socialismo. El mayor pulso ha sido el tributario, pero la discusión fue más económica y fiscal que ideológica. No se deriva de allí un cambio en el modelo del aparato productivo ni mucho menos que modifique el rol del Estado en una economía de mercado.

La nota predominante ha sido la incertidumbre sobre el eventual alcance de las reformas y sus implicaciones en el norte del país. No hay discusión a fondo porque no hay articulados concretos y puntuales. Por eso, no pocos analistas concluyen que a hoy hay más anuncios que agenda real del “cambio”.

En el campo político, los expertos sostienen que los proyectos de reforma al sistema partidista y electoral son tímidos y no reflejan la “depuración democrática” que se prometió en campaña. Por el contrario, resulta evidente que la Casa de Nariño ha acudido para conformar su coalición y estructurar el Ejecutivo a las mismas prácticas de reparto burocrático y milimetría partidista que tanto criticó desde las orillas opositoras años atrás.

Estilo y encuestas

Para no pocos analistas e incluso voces de la coalición del Pacto Histórico, hoy por hoy la figura del presidente eclipsa la del propio Gobierno, al que le ha costado arrancar e incluso hay cargos clave todavía vacantes. La inclusión del presidente de Fedegán en el equipo negociador con el Eln o las reuniones directas con Uribe han sido actos de audacia e iniciativa presidencial.

A ello deben sumarse el lastre de algunos escándalos por contratación en Palacio, ‘descaches’ en pronunciamientos ministeriales y un rol todavía difuso de la vicepresidenta Francia Márquez.

Pero ese contraste no es solo a nivel local. En el campo externo, ha sido el propio presidente el encargado de jalonar la agenda externa, desde el replanteamiento de la alianza con Estados Unidos, la reapertura comercial y fronteriza con Venezuela, la internacionalización del proceso de paz con el Eln y hasta un cierto afán de convertirse en el líder de la izquierda latinoamericana, en donde es claro que el electo presidente brasileño Inácio Lula se le atravesó.

El gabinete, salvo figuras como el titular de Hacienda, José Antonio Ocampo (que sigue actuando como polo a tierra de la reformitis teórica de varios ministros), no tiene el dinamismo político ni el ritmo ni la beligerancia discursiva del jefe de Estado. De hecho, el presidente del Senado, Roy Barreras, se ha convertido en el principal operador político del Ejecutivo, en tanto que las facciones más radicales del Pacto Histórico advierten que la alianza con partidos tradicionales le ha quitado celeridad, profundidad y decisión al “cambio” prometido.

Las encuestas evidencian un desgaste tempranero de la favorabilidad presidencial, aunque no a niveles críticos, sobre todo teniendo en claro que el país sigue muy polarizado entre petrismo y antipetrismo.

Más allá del pulso político e ideológico, las mayorías del país muestran creciente preocupación por la demora gubernamental en contener crisis del día a día: inflación disparada, drástica ola invernal e incremento de la violencia armada y la inseguridad ciudadana…, entre los principales temas.

Como se ve, la elección de Petro fue el hecho más importante del año en Colombia. Cambió el escenario político y electoral, aunque el país, en lo profundo, no ha cambiado todavía. Normal porque el Gobierno apenas lleva cuatro meses y está acomodando agenda y norte, pero bajo la figura preponderante presidencial.