LA BARCA DE CALDERON
Por William Calderón
Unas filtraciones preocupantes. En Casa de Nariño ronda el fantasma de las filtraciones. Allá cada uno desconfía hasta de su propia sombra. La preocupación mayor se presentó hace unos tres meses cuando el ex ministro Fernando Londoño reveló por Súper que el presidente Santos en su última visita a Cuba se había reunido secretamente con Fidel Castro y el estado mayor de las Farc, además de un delegado del Eln.
Veloz desmentido. Cinco minutos después de propalada la primicia, telefoneó desde China a Londoño el asesor presidencial Juan Mesa para desmentir la información. Para los radioescuchas quedó la sensación de que era rigurosamente cierta la noticia de “La hora de la verdad”. Esto preocupó a Santos, pues ya comenzaban las filtraciones alrededor del secreto mejor guardado por su gobierno.
La chiva confirmada. El lunes último Pacho Santos contó por RCN que el proceso de paz con las Farc era un hecho. Que tenía conocimiento del cronograma a seguir que incluía una reunión de las partes el 5 de octubre, en Oslo, Noruega, y un mes después otra en La Habana para continuar desde allí la mesa de diálogos.
Activadas las alarmas. Esto activó las alertas en la Casa de Nariño. Nadie se explicaba cómo semejante información estaba en poder de uno de los enconados enemigos del régimen. Pero las cosas no paraban ahí. Ayer (miércoles) a las 7 de la mañana el mismo Pacho Santos fue autorizado por la fuente confidencial para dar a conocer el texto completo del documento con sus anexos, lo que aumentó la zozobra en las altas esferas palaciegas.
Unas coincidencias. La sola coincidencia es sospechosa, le dijo un contertulio al barquero cuando se trata de hablar de temas relacionados con la paz. Cuando Santos, recién posesionado, proclamó a Chávez como su nuevo mejor amigo, a sabiendas de lo que se venía. Cuando el propio Santos dijo que Chávez era un factor de estabilidad para la región, sabía que movería las fibras más íntimas de los opositores al presidente venezolano.
Anecdotario de la paz. Cuando Álvaro Leyva Durán buscaba la esquiva paz se encontró alguna vez en el monte con “Tirofijo”, quien se le identificó como “liberal santista” y le explicó al ex ministro a continuación que “el único que me dio la mano, en 1940, cuando los pájaros me sacaron de Génova, Quindío, mataron a mi familia y exterminaron a mis gallinitas y a mis cerditos, fue el doctor Eduardo Santos, quien me regaló dos millones de pesos”.
En 1986, cuando se hacía el empalme del proceso de paz entre los gobiernos de Betancur y de Barco, acudieron a La Uribe Jaime Castro y Alfonso López Michelsen. Al ver a este, “Tirofijo” le dijo: “Yo a usted lo saludé una vez, en Pitalito, cuando fui nombrado en el Ministerio de Obras Públicas”. López le respondió: “Ah, sí, cuando usted era cadenero”, a lo que ripostó el jefe guerrillero: “Cadenero, no, inspector de obra”.