SE FUNDÓ hace más de un siglo para instalar a los trabajadores de una mina de hierro y, desde hace 15 años empezó una forzada, complicada, costosa y prolongada “mudanza” tanto para poder seguir excavando en el inmenso filón de hierro, donde se descubrieron nuevos minerales.
Es la ciudad sueca de Kiruna, situada 200 km al norte del Círculo Polar Ártico y cuyo traslado, edificio por edificio, a tres kilómetros de su actual ubicación, aunque comenzó una década atrás, concluirá en dos o tres más. Tiene el tamaño de Eslovenia y está situada en un paraje natural protegido que atrae a muchos turistas, ya que incluye bosques de abedules, tundra alpina, 7 ríos y 6000 lagos.
Cada vez que presume del traslado faraónico del centro de la ciudad, su alcalde Gunnar Selberg, recibe el sermón de una ciudadana muy insatisfecha: su mujer.
"Le digo: '¿te imaginas? Formamos parte de esta historia, construimos una nueva ciudad mientras la antigua es destruida'", explica, mostrando una gran maqueta de las obras de reconstrucción de la localidad.
"Y ella se enfada conmigo, está decepcionada. Cree que es triste, no quiere ver más el casco viejo, le duele...", dice el alcalde en el gran vestíbulo de su nuevo Ayuntamiento.
Esta ciudad, ubicada junto a la mayor mina subterránea de Europa, tiene que trasladar su viejo centro histórico para permitir seguir excavando en el inmenso filón de hierro.
Sus 18.000 habitantes están divididos antes esta operación colosal.
La localidad, fundada en los albores del siglo XX al mismo tiempo que la compañía minera de LKAB para explotar un inmenso yacimiento ferruginoso, inauguró el pasado septiembre su nuevo centro.
El argumento original y fundamentado para la inevitable mudanza es que con las excavaciones subterráneas, varios barrios están en alto riesgo de derrumbarse por los movimientos de tierra y la inestabilidad que ha generado cavar sus entrañas por más de un siglo.
Las primeras etapas de la "mudanza", cuyo coste se estima a 3.000 millones de euros (3.250 millones de dólares) y es financiado en gran parte por centenaria empresa minera, empezaron hace 15 años.
Según las últimas estimaciones, las obras durarán todavía entre 20 y 30 años. O quizás el doble si la mina obtiene la autorización de excavar todavía más.
"Entre dos ciudades"
El nuevo Ayuntamiento, un edificio circular obra del arquitecto danés Henning Larsen, fue el primero en ser inaugurado, en 2018.
Muy cerca se encuentra una gran torre de un hotel moderno, y también un centro comercial. Un poco más lejos, las grúas trabajan para finalizar la piscina.
Pero muchos, incluido el alcalde, reconocen que el cambio no es fácil.
"La gente tiende a pensar que '¡es fantástico!', 'es un proyecto tan grande'. El operador (de la mina) LKAB siempre vende una imagen positiva, donde todo el mundo está contento. Pero no es el caso de todos", admite Selberg.
Los residentes se quejan de que están "atrapados entre dos ciudades", dice el alcalde, o "todavía quieren ir a los restaurantes de la vieja ciudad".
Edificios enteros del casco antiguo, sin sus ocupantes ni sus tiendas, se encuentran ahora protegidos con vallas azules para impedir su acceso, antes de ser demolidos.
Actualmente, 6.000 personas están afectadas, pero pueden ser más si la empresa minera obtiene el visto bueno para excavar más. La compañía también acaba de anunciar el hallazgo del que sería el mayor yacimiento de tierras raras de Europa, justo al norte de la ciudad.
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Mueven edificios enteros
El tiempo apremia en Kiruna. La mayor escuela de la ciudad, cuyos nuevos locales todavía no están terminados, empieza a mostrar grandes fisuras debido al hundimiento del suelo.
Los edificios históricos más bonitos fueron o serán trasladados, enteros en convoyes especiales. La espléndida iglesia de madera roja, orgullo de Kiruna, seguirá la misma suerte en 2026.
En su tienda -la más antigua de la ciudad, fundada en 1907- Mari-Louise Olsson no tiene muchas ganas de cambiarse.
LKAB, propietaria de lugar, le concedió algunos meses más de contrato, siempre y cuando acepte el cheque de indemnización -de unos 65.000 euros (70.400 dólares)- y mudarse a un local del nuevo centro.
"Estoy triste y decepcionada", se lamenta la mujer, de 63 años, que vende recuerdos y objetos de artesanía sami, el pueblo autóctono de Laponia.
"La mina es esencial, pero me gustaría que hubiera más consideración hacia las otras empresas. Es por culpa de la mina que no podemos quedarnos aquí más años", dice a la AFP, en su tienda en un barrio cada vez más fantasma.
"¿Quién puede poner precio a una historia individual? Nunca se podrá compensar con dinero", dice.
Por su parte una de sus lugareñas, Clara Nyström y quien como la mayoría de residentes avaló el traslado de gran parte de Kiruna en la consulta ciudadana realizada años atrás explica que “quieren construir espacios de encuentro, como una plaza que no teníamos. También quieren más zonas comerciales, calles peatonales, y además -quizá lo más importante- el acceso a la naturaleza. Nos gusta mucho vivir al aire libre", explicó una de las lugareñas, Clara
Según el colosal plan de traslado, se reubicarán 450 000 metros cuadrados de viviendas, escuelas y locales públicos, comerciales y de ocio. Se espera que esté terminado en 2035.
Y la mudanza literalmente tan pesada como compleja. Así una de las construcciones más sensibles en este trasteo es la emblemática iglesia de madera roja, construida en 1912. "Es muy importante para los ciudadanos que la iglesia se traslade y no se derribe. Creo que la gente está deseando que llegue el día del traslado", sostuvo por su parte la pastora de la iglesia luterana de la ciudad, Lena Tjarnberg.
La expansión de la gigantesca mina, donde se han descubierto nuevos y valiosos minerales del grupo de los llamados “tierras raras” preocupa a los sami, el pueblo indígena de Laponia, que vive sobre todo del pastoreo de renos. De allí que hayan estado en permanente contacto con el gobierno para reiterarles sus necesidades.
"La diversidad biológica del Ártico es crucial también para la población del continente. No podemos depender sólo de la selva amazónica y pretender que protegiéndola podamos mantener el resto de nuestros hábitos de consumo y la extracción de recursos naturales en el Ártico durante años", sostuvo a Euronews, semanas atrás, el presidente del parlamento sami, Stefan Mikaelsson.