Perspectiva. ‘Narrando’ la naturaleza se conserva al jaguar y a la Amazonía | El Nuevo Siglo
Foto WWF Colombia
Sábado, 21 de Enero de 2023
WWF Colombia

EN el Putumayo, a cuatro horas en bote del corregimiento La Tagua, sobre el Río Caquetá, se encuentra el cabildo Umancia. Aunque en los mapas no se encuentra su ubicación, la historia de este cabildo indígena comenzó en el año 2000. Según recuerda la misma comunidad, a Umancia llegó el abuelo Koregɨ Amena, con su esposa y su sobrina. El territorio eran unos potreros que habían dejado los colonos, pero por su cercanía a Puerto Leguízamo era un sitio estratégico para establecerse y echar raíces. Para continuar con su legado familiar de maloquero. Koregɨ, quien se aprecia cantando por los caminos que recorre, necesitaría la ayuda de sus familiares para construir su maloca, ese sitio necesario para asentar un pueblo, guiar a sus hijos y completar la carrera ceremonial de fruta o yuakɨ, la cual está ligada principalmente a la producción y la abundancia y, además, está dada a todo el linaje familiar.  

Cinco años después, la comunidad vivió otro momento importante cuando el abuelo y su familia construyeron el centro educativo Eño Monaya Jɨto. Allí aún acuden las y los estudiantes locales y de otros cabildos de la zona para recibir su formación hasta el grado noveno. 

El trabajo del abuelo ha sido arduo, sobre todo después del fallecimiento de su esposa. La mujer en el pueblo Murui, es quien pone la palabra dulce y así la pareja se complementa mutuamente. Por esto, para un indígena de esta comunidad es complicado desarrollar su carrera y liderar la comunidad sin el apoyo y espíritu femenino de la esposa. Así, en Umancia, hombres, mujeres y niños, acogidos por el amor, paciencia, alegría y tranquilidad que siempre han caracterizado al abuelo Koregɨ, han sido el soporte para seguir construyendo su historia de la mano del territorio que comparten. 

Hoy en Umancia habitan más de 200 indígenas de diferentes clanes, que en su mayoría hablan el idioma mɨnɨka, son familiares del abuelo Koregɨ o de su descendencia y han llegado allí por diferentes causas como buscar mejores condiciones de vida, o simplemente para estar más cerca de su familia. Es un cabildo reconocido por su trabajo comunitario, por su organización administrativa y fuerte arraigo cultural.

Estas características hicieron posible que organizaciones como WWF Colombia, desde hace seis años, apoye uno de los procesos más auténticos para esta comunidad indígena: la investigación propia. Ésta partió de su propia iniciativa y se desarrolla principalmente para el beneficio de la comunidad, como lo cuenta Abraham López, uno de los monitores e investigadores locales, quien añade “¿Si muchos nos han investigado, por qué nosotros no nos podemos investigar?”. 

Las poblaciones indígenas en Colombia habitan un territorio, obtienen sus recursos, lo disfrutan, pero también lo sufren. Son quienes a través de su interacción con el mismo, lo protegen y conservan. Sin embargo, hay sitios que no han caminado, dificultando determinar hasta dónde llega su manejo territorial. Justamente, esta inquietud los llevó a comenzar el proceso de investigación propia y conformaron un equipo al que llamaron Eroinano (que en su idioma significa monitorear y observar). Quince monitores, entre ellos los abuelos sabedores, han venido aprendiendo sobre cámaras trampa, uso de GPS, cartografía y han llegado a sitios donde antes no habían accedido.  

Todo este proceso lo han hecho chupando ambil y mambeando, noche tras noche, lo que les va arrojando el monitoreo. Para quienes no nos relacionamos con esta cultura, mambear (consumo ritual de la hoja de coca) y chupar ambil (el zumo que se obtiene del tabaco) son prácticas propias del pueblo Murui con las que recogen y apoyan su pensamiento en la maloca y en su vida diaria, dándole una intención a todas sus actividades. Así, el grupo logró plasmar sus historias y saberes en el libro “Eroinano”, publicado en 2019. Allí cuentan, en mɨnɨka y español, las historias de los mamíferos más importantes para ellos como la danta, la boruga o los puercos de monte, pues hacen parte de su dieta alimenticia. 


Le puede interesar: Perspectiva. Lo que el mar se llevó: cementerio de fiyiana Togoru


Atizando la cultura oral

Los monitores de Umancia son investigadores con grandes sueños. Ese impulso por aprender y conocer su territorio los llevó a publicar el libro con el apoyo de WWF Colombia, pero conscientes de que ese era solo el principio. Uno de los retos más grandes fue escribir las historias en ambos idiomas, durante más de un año.

Por eso, pensando en una segunda publicación de sus investigaciones, decidieron enfocarse en la recuperación de la lengua materna dejando un registro auditivo de las narraciones.  El turno en esta siguiente fase es para el Jaguar como protagonista de las historias que recuperaron los abuelos sabedores y monitores. 

Las investigaciones realizadas consisten en recuperar el conocimiento que tienen diferentes generaciones sobre recursos que hay en su territorio como el agua o los animales; identificando sus características, dónde y cómo viven, de qué se alimentan, qué sitios frecuentan, siempre apoyados por el conocimiento que imparten los abuelos en sus narraciones. En el caso del jaguar o janayari, como ellos lo llaman, han comprobado que éste y el hombre están cumpliendo lo pactado según sus narraciones ancestrales, es decir, que cada uno está manejando su espacio sin hacer daño al otro. Según los registros de las cámaras trampa instaladas, también han podido identificar que este felino está más cerca de lo que se imaginaban. 

Ahora, para continuar el proceso de investigación con la segunda publicación, el equipo creó un kit que incluye un registro de audio agrupando las narraciones de historias sobre cuatro especies de jaguar o “tigres” que hay en su territorio, cuentan cómo se originaron, por qué reciben sus nombres y cuál ha sido ese gran pacto entre Dɨona (ser espiritual) y el Jaguar para poder convivir en un mismo territorio. Esta no ha sido tarea fácil, pues el conocimiento ancestral de las lenguas maternas y de las historias se está recuperando.

Es en medio de este proceso que un equipo de WWF Colombia permaneció cerca de un mes en la comunidad, trabajando con ella en el registro de las narraciones e investigando el material de insumo para el Kit educativo del jaguar que será publicado este semestre con el objetivo de ser una herramienta educativa para facilitar la enseñanza de la lengua materna y fortalecer la conservación del felino más grande de América.  

Ni el sueño de los monitores Jɨkanua Uai y Eroinano, ni las investigaciones se han detenido allí. El material inédito de las investigaciones incluye narraciones de las aves, del mundo acuático y de medicina ancestral. Es un trabajo que no tiene fin, requiere tiempo y recursos. Para los monitores, las narraciones en su idioma son las que permiten que el territorio se conserve, por medio del manejo y la interacción con los otros seres allí presentes, porque esa naturaleza, la que ellos habitan, no entiende el español. Por eso uno de sus sueños es lograr que su conocimiento ancestral sea reconocido y valorado por el Estado colombiano. 

 Umancia y sus habitantes representan una comunidad en constante cambio. Aunque no les sobran los recursos económicos, en 2021 lograron instalar postes de luz con paneles solares a lo largo del camino desde el puerto hasta la maloca. Empezarán la construcción de un puesto de salud y se proponen continuar con la construcción de un polideportivo que, sumado al ya existente centro educativo, les dará más reconocimiento en su territorio.

En diciembre de 2021 perdió a uno de los abuelos monitores, Leoncio Manaideke, a quien se recuerda con una frase que se volvió célebre: “mejor no peleo con nadie porque con mis puños noquié a un jaguar”.

Hace pocos meses Koregɨ Amena, conocido así en la comunidad, o Julio (su nombre según aparece en su cédula de ciudadanía), entregó el legado a su hijo mayor Abraham, seguro de que, a sus 84 años, continuará mambeando a su lado hasta cuando pueda. Un cambio de líder, más no del espíritu que cobija a la comunidad desde sus inicios, ese espíritu que los tiene sentados todos los días mambeando y chupando ambil, porque la noche en que los asientos en las malocas se queden vacíos el mundo extrañará la Amazonía.