Como gigantes de los océanos, las ballenas cumplen con una función ecológica importante en sus ecosistemas. Siendo algunos de los mamíferos más masivos de los mares, parece ser que contribuyen a mantener el equilibrio ambiental incluso después de la muerte. Una vez que terminan su paso por este mundo, sus cadáveres son reservas gigantescas de carbono.
Según un nuevo estudio, parece ser que las ballenas contribuyen a frenar el cambio climático incluso después de la muerte, dado que sus cadáveres se desploman a los suelos oceánicos cuando pierden la vida. Podría ser que estén ayudando a regular la temperatura del planeta, ya que el carbono almacenado en su interior se transfiere de las aguas superficiales a las profundidades, donde permanece por siglos.
Sin embargo, sus cadáveres masivos no son los únicos de los que el planeta se beneficia. En vida, una ballena común produce toneladas de excremento como parte de sus funciones vitales básicas. Incluso éstas impactan positivamente en los mares.
Es un hecho que estos mamíferos se alimentan en las profundidades, para después regresar a la superficie para respirar y defecar. Estas heces son ricas en hierro, y crean condiciones propicias para el crecimiento de fitoplancton. A su vez, estas criaturas microscópicas capturan 40% del CO2 del planeta, que corresponde a cuatro veces la cantidad que procesa la selva amazónica. Sin embargo, este equilibrio está en peligro a causa de la acción humana.
A raíz del descenso de poblaciones de ballenas, se estima que se emitieron entre 190 mil y 2 millones de toneladas de carbono por año, que podrían haberse hundido en el fondo del océano. Esto equivaldría a cerca de 400 mil autos en carretera anualmente. En lugar de completar el proceso de sedimentación en el suelo del mar, este carbono se libera a la atmósfera cuando los cadáveres son extraídos del fondo marino.
Por esta razón, la pesca y caza indiscriminada de ballenas en todo el mundo para fines comerciales e industriales merma este beneficio. Con respecto a esta problemática, Vicki James, gerente de políticas en Whale and Dolphin Conservation (WDC), destacó lo siguiente: “necesitamos pensar en la caza de ballenas como una tragedia que ha eliminado una enorme bomba de carbono orgánico del océano que habría tenido un efecto multiplicador mucho mayor en la productividad del fitoplancton y la capacidad del océano para absorber carbono”.
Esto quiere decir que restaurar las poblaciones de ballenas a las cifras anteriores a la caza podría ser una estrategia para reducir el impacto negativo en la atmósfera, infringido por la mano humana. Pensado así, las ballenas podrían ser una malla natural para capturar este gas nocivo para la capa de ozono, emitido por los combustibles fósiles año con año.
¿Por qué?
De otro lado, la población de ballenas grises que llegan a reproducirse a Baja California, en México, está decreciendo año con año sin una explicación clara.
Cada año, entre los meses de enero y marzo, las ballenas grises llegan a costas mexicanas para reproducirse. La calidez de las aguas de Baja California es un ambiente propicio para que las hembras puedan tener a sus bebés desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, por tercer año consecutivo, la población de estos mamíferos marinos se ha reducido significativamente.
Una serie de drones han detectado un constante demacre sobre los lomos de las ballenas grises. A la fecha, el número oficial registrado de muertes se eleva hasta 378. Los científicos siguen sin saber qué está motivando este incremento en la mortalidad, pero podrían tener una respuesta sugerente.
Con casi 15 metros de longitud, las ballenas grises que se han avistado en las cercanías de las costas de Baja California están muy demacradas y cada vez más delgadas. De acuerdo con un estudio reciente publicado en Marine Ecology Progress Series, estas muertes inusuales empezaron en 2019.
Sin embargo, no es la primera vez en la historia que esto sucede. En el año 2000, un fenómeno similar se llevó las vidas de 600 ejemplares de estos mamíferos gigantescos. A pesar de esto, la población pudo recuperarse y continuó dirigiéndose a los mares mexicanos para dar a luz. Para emprender este viaje de más de 16 mil kilómetros desde las aguas del norte, las ballenas necesitan acumular reservas de grasa que les permitan sobrevivir.