La revista Dinero informa recientemente que, en Colombia, en los últimos 11 años, ha aumentado 160% la cantidad de libros religiosos publicados. En términos de sumas de dinero, su venta es ya de muchos miles de millones de pesos. En términos de lectura, en un país que tiene fama de ser poco lector, el dato es impresionante.
Los libros del sacerdote Alberto Linero, especialmente aquel titulado El Man está vivo, ha alcanzado ventas de hasta un millón de ejemplares, según datos de Dinero. ¡Qué sentirán nuestros novelistas locales al leer estas cifras, pues cuando a ellos les va bien venden 1000 o 1500 ejemplares! Las otras cifras grandes en ventas de libros son los de compra obligatoria, especialmente los textos escolares y esto a pesar de la mala prensa que RCN y otros medios le hacen siempre a este instrumento necesario para la educación, calificándolo de inútil y otras adjetivaciones de gentes iletradas.
Pero es muy llamativo el crecimiento de la literatura religiosa entre nosotros y en medio de la cual se cuenta la publicación de la Biblia en unas cantidades también muy llamativas. Esto ha sido motivado también por la variedad editorial con que las Sagradas Escrituras se presentan hoy, como, por ejemplo, en formatos para niños, para jóvenes, para la liturgia, con letra grande, ilustrada, etc. Quiero pensar, al enterarme de este auge de las publicaciones y ventas de los libros religiosos, que nuestra sociedad, en buena parte de sus miembros, siente la necesidad imperiosa de beber un pensamiento que en verdad la construya, le dé esperanza y motivos para vivir.
Porque, a propósito, la creciente estadística de los suicidios, también ha impulsado a muchos autores a entrar en el tema desde diversos ángulos, entre ellos el religioso. Pero se nota que el alma colombiana está en búsqueda de buenas nuevas, de palabras de aliento, de perspectivas no destructivas. De palabras corrosivas nos han llenado hasta asquearnos los medios tradicionales de comunicación, no pocos autores “vendedores” llenos de veneno y resentimiento, los columnistas del sinsentido que ahora han copado casi toda la prensa nacional. Y el pueblo colombiano, gente de fe y religiosa, ha empezado a explorar letras que le den vida y luz. La literatura religiosa tiene eso, en general.
No está demás anotar que las publicaciones religiosas suelen ser de precios muy al alcance de una gran mayoría de personas. La razón de fondo es que esta literatura está pensada, no tanto para la utilidad económica, sino para la evangelización, en el caso de las iglesias, y para apoyar a las personas en general, más que otra cosa. Resulta, entonces, muy grato enterarse del crecimiento en alguna medida de la actividad lectora en nuestra sociedad a través de las letras del espíritu. Una mirada atenta a esta tendencia debería poner a pensar a todo el que tenga alguna responsabilidad ante los colombianos de cualquier edad y condición. Ellos también reclaman alimento para el alma. Cuando Jesús se presentó como pan de vida, se le acercó la gente por más de dos mil años seguidos y seguimos contando.