La muerte de la verdad | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Agosto de 2018

En alguna universidad, en la que estuve vinculado, un profesor recién llegado de Europa me comentó, jocosamente, que lo habían contratado para enseñarle a sus alumnos cómo decir mentiras: su cátedra era mercadeo. Y luego me explicó que el éxito de las ventas está en el conductismo: rama de la psicología que sirve para manipular a las personas subliminalmente. Estrategia que confirma, de alguna manera, ese “calumnia, calumnia, que algo queda”. Ley de aquellos que no ven la diferencia entre el bien y el mal.

 Lo grave de esta escuela consiste en que le han cambiado el sentido a la verdad (la concordancia de la mente con la realidad). Hoy, la verdad es que la única verdad que existe es que no hay verdad, que la verdad se construye según intuiciones, sentimientos y conveniencia, que no hay verdades absolutas, que la imaginación crea la realidad, que dos cosas que se contradicen pueden ser una verdad. Esta supuesta verdad es consecuencia de la ambición y la ceguera de algunos insaciables, que con un poder inconmensurable, están manipulando al mundo según su mezquindad.

Esta ideología descarta la verdad que nos dice que solo la realidad le da sentido a la vida humana, al Estado, la ley, la ciencia, la sociedad, el comercio, las virtudes humanas, la fe… Desconoce que la metafísica es más real que las ciencias positivas.

Ahora, los victimarios de esta verdad son aquellos que, gracias al conductismo, manejan los medios de comunicación del mundo, difundiendo, hábilmente, sus mentiras sin escrúpulo alguno, contagiando, corrompiendo, engañando políticos, empresarios, funcionarios públicos, educadores… Interviniendo, abusivamente, en la vida de millones de personas, desprestigiando: la moral, el bien, lo recto, lo bello, las virtudes humanas, la solidaridad, la historia, las culturas… para incrementar su poder, su riqueza, su egoísmo, y el consumo irracional.

De igual manera y gracias a la educación conductista, reduccionista -de competencias, habilidades, hábitos mecánicos, repetitivos- están uniformando, deformando, nivelando por lo bajo a la niñez y la juventud: sin criterio, sin creatividad ni curiosidad, sin imaginación, sin capacidad crítica, sin personalidad, sin prudencia, sin responsabilidad y sin conciencia, sin autonomía, sin principios y valores, sin ilusiones. Resulta que con el poder, ilimitado, de esta estrategia diabólica, han logrado la sumisión, incondicional, de las mayorías ignorantes de occidente. Esta es la razón de la educación que reciben los niños y jóvenes de los países arrodillados ante poderosos organismos internacionales.

La repercusión de esta infamia consiste en que están arrinconando a quienes buscamos la verdad. Hoy, son pocos quienes se preguntan lo fundamental para la persona humana: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y aparece una Cristo-fobia rabiosa, absurda, como una epidemia fuera de control. Simultáneamente, toda clase de ideologías se vuelven ley para jóvenes y viejos y el relativismo endiosa la cultura sexo-céntrica; acabando, así, con la verdad de ser humano: la Verdad que le da sentido a la Libertad, y al Amor del que Jesucristo se hace testigo con su muerte y resurrección, Verdad que le da sentido a nuestra existencia.