Las mejores prácticas de ética en los negocios deben ser aplicadas en todos los países en donde operan. Nueva entrega de la alianza entre EL NUEVO SIGLO y la Procuraduría General
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Antecedentes: La East India Company.
Desde sus orígenes, las empresas multinacionales fueron a la actividad productiva como la palanca o la polea a la fuerza mecánica: una forma de multiplicar su potencial. La primera gran empresa multinacional, la East India Company, autorizada por la Isabel I de Inglaterra en 1600, fue dotada de un monopolio para el comercio con Asia.
De comienzos humildes, comerciando con especias, la East India Company terminó siendo la más grande empresa de su tiempo. Fue autorizada para usar el poder militar para defender sus intereses. Sólo en la India llegó a tener más de 260.000 hombres locales en armas. Allá dirigió el desarrollo de grandes ciudades como Kolkata y Mumbai, controló vastos territorios con muchos millones de habitantes y desarrolló puertos como Singapur, que fue de su propiedad.
Los funcionarios de la empresa solían volver a Gran Bretaña enriquecidos después de años en Asia, no por sus salarios o bonificaciones, sino por las oportunidades de corrupción, que muchos aprovechaban hasta el límite. Convertían su riqueza mal habida en lujosas propiedades, títulos nobiliarios y escaños en el Parlamento.
El más famoso fue Robert Clive, apodado “Clive of India”, quien sentó las bases de colonización de India por Gran Bretaña, pero a costa de la explotación de la mano de obra, el saqueo de las riquezas locales, la manipulación de las instituciones políticas nativas y la promoción de aventuras militares con miles de muertes. Se lo culpó de haber causado o agravado una hambruna que mató la tercera parte de la población de Bengala, por haber forzado la adopción de cultivos para exportación, limitando aquellos para alimentar a la gente.
Cuando regresó a Londres en 1760 era uno de los hombres más ricos del país. Fue nombrado barón y elegido al Parlamento. Años más tarde sus enemigos utilizaron su corrupción para destruirlo políticamente. Finalmente murió, desacreditado, aunque rico, y su caso dio lugar a que el parlamento adoptara el “Regulating Act” de 1773 para controlar el poder de la East India Company en otros países.
A la postre no tuvo el efecto deseado y la compañía siguió en sus prácticas tradicionales hasta que el Parlamento resolvió disolverla en 1858, para trasladar sus responsabilidades a la Corona, lo cual daría eventualmente lugar al “Raj” británico, que fue el sistema colonial que estuvo vigente entre ese año y la independencia de la India en 1947.
Elementos que facilitan corrupción
En este primer episodio vemos muchos de los elementos que luego caracterizarían la interacción entre las compañías multinacionales y los que solían llamarse países del tercer mundo. Lo primero que se observa es una mezcla entre la actividad comercial de la compañía y los intereses estratégicos o geopolíticos del Estado del que proviene. Lo segundo es la confusión entre la actividad comercial y la actividad militar, bien realizada por fuerzas del país de origen de la empresa, o por fuerzas locales, controladas por líderes políticos bajo la influencia de la multinacional.
Lo tercero es una asimetría de poder entre el Estado y la multinacional. Aunque en teoría el primero es mucho más poderoso, en la práctica la segunda cuenta con enormes recursos financieros, tecnológicos y organizacionales, además del potencial respaldo de su país de origen.
Lo cuarto son las omnipresentes oportunidades de corrupción, que es el medio preferido para conseguir todos los fines. En muchos casos, las administraciones de las empresas estuvieron convencidas de que en muchos países no era posible hacer negocios sin incurrir en prácticas corruptas, con lo cual la corrupción no era una preferencia de tales administraciones sino que la veían como una alternativa indeseable pero lícita dadas las circunstancias. Esto terminaba reforzando el ciclo y legitimando la corrupción como una forma de hacer negocios.
Cambio de filosofía
Sin embargo de lo dicho, las empresas multinacionales, como todas las empresas, pueden ser una fuerza poderosa en contra de la corrupción. Al trasladar al tercer mundo las mejores prácticas de producción, de selección de proveedores y del manejo del recurso humano, muchas multinacionales elevan el nivel ético del mercado local y frecuentemente introducen o refuerzan conceptos valiosos como la eficiencia energética, la protección del medio ambiente, la igualdad entre todas las personas sin importar su género o raza, y la transparencia en todas las actuaciones. El propio mercado, los medios de comunicación, los accionistas y hoy las redes sociales presionan continuamente a las empresas multinacionales a cumplir sus compromisos con las mejores prácticas en todos los territorios donde actúan. Esto desincentiva a los gerentes y personal local de hacer en zonas alejadas lo que nunca se habría permitido en los países de origen.
Para llegar a esto era necesario que las empresas multinacionales autorregularan sus actuaciones en el tercer mundo, pero ello no era suficiente. También se necesitaba que sus países de origen expresaran sin ambages su rechazo a la corrupción en el tercer mundo. Por esto fue necesario que los miembros de la OCDE adoptaran en 1997 la Convención Anti-Cohecho de Funcionarios Públicos en Transacciones Internacionales de Negocios, la cual obliga a los países miembros a sancionar tanto a las personas como a las empresas que obtengan beneficios mediante la corrupción de funcionarios de otros países.
Otra medida importante era asegurar a las empresas (y sus gobiernos) que éstas tendrían acceso a un trato justo y equitativo (fair and equitable treatment) en sus interacciones con particulares y autoridades de otros países. Este principio lo recogen numerosos instrumentos internacionales, particularmente los capítulos de inversión de los tratados de libre comercio y los tratados bilaterales de inversión. Una consecuencia de este trato es el deber de someterse a arbitraje internacional de inversión, perspectiva temida por muchos gobiernos, pero necesaria para que también ellos respeten el derecho y la equidad en sus interacciones con empresas extranjeras.
En últimas, como se dijo al inicio, las empresas multinacionales son una maquinaria poderosa que, correctamente utilizada, puede producir riqueza para sus accionistas, buenas condiciones de trabajo para sus empleados, un ecosistema limpio para las comunidades, impuestos o regalías para los gobiernos, y todo ello sin corrupción. Una forma de hacer negocios que las empresas locales pueden emular, para beneficio de todos.
* Procurador Sexto Delegado ante el Consejo de Estado
Procuraduría General de la Nación