EN una calle larga rodeada de casas victorianas y centros de epidemiología en Headington, Oxford, se logró anunciar lo que hace unos meses parecía el sueño de un ingenuo optimista: la vacuna contra el Covid-19. Aislado y acompañado de una pizca de luz llevadera por un sol escaso, el profesor Andrew Pollard, director del Oxford Vaccine Group e investigador jefe del Oxford Vaccine Trial, dijo desde su oficina: “Estos hallazgos muestran que tenemos una vacuna eficaz que salvará muchas vidas”. Un contraste radical con aquel anuncio que golpeaba a la comunidad académica en marzo cuando, sin más reparo, la rectora de la universidad, Louise Richardson, anunciaba el cese de actividades presenciales.
La vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford en asociación con la farmacéutica AstraZeneca tiene una efectividad de “alrededor del 90%”, usando los regímenes de dosificación -dos pinchazos: media dosis y una dosis-. “Si se usa este régimen de dosificación, se podría vacunar a más personas con el suministro de vacunas planificado”, enfatizó el profesor Pollard.
La vacuna se basa en un adenovirus inofensivo de un chimpancé diseñado en alguno de los laboratorios sobre Roosevelt Street, Oxford, que se mezcló con genes de Sars-Cov-2, el coronavirus que causa Covid-19. “Cuando el adenovirus modificado genéticamente se inyecta en células humanas, estas producen proteínas de coronavirus que preparan al sistema inmunológico para responder a futuras infecciones con Sars-Cov-2”, explica el Financial Times.
Para llegar a este punto tuvieron que pasar ocho meses de silencio necesario. La confidencialidad de las pruebas que empezaban acá y se extendían a Brasil o Suráfrica han marcado los días de un atípico 2020 para una ciudad y una comunidad académica acostumbrada a pensar y analizar los problemas atípicos, y que vio en el Covid-19 una oportunidad para jugársela sobre la base de su conocimiento y experticia. Más que un reto, encontrar la vacuna ha sido un mandato histórico e inevitable. Por lo mismo ha requerido silencio: acá, en la ciudad, poco se habla de la vacuna. No es que en cualquier esquina de la concurrida High Street se vean filas de personas listas para ponérsela. Como en todo el mundo, el anhelo sigue siendo -si es que va a ser así- hacer esa fila que nos lleve al pinchazo.
Desde marzo, 24.000 participantes de diversos grupos raciales y geográficos se inscribieron para probar las dosis de la vacuna. Todo empezó en Reino Unido, y por supuesto acá en Oxford, donde seguramente alguien del Centro de Epidemiología, donde queda la oficina del profesor Pollard, se apuntó a probar la cura contra el virus. Vaya uno saber de qué está hecho esa mujer o ese hombre para haber probado la vacuna de primero; pero muchos siguieron su camino.
En los siguientes meses, miles de voluntarios en Estados Unidos, Kenia, Japón e India han seguido su camino, y le han dado a esta vacuna de Oxford un espíritu -esperemos que sea así- de universalidad.
La vacuna ha sido probada en cuatro de los cinco continentes, tiene un precio (US 3 y 4) tres veces más barato que las otras dos anunciadas recientemente (Pfizer y Moderna) y goza, por sus características, de más universalidad: se puede refrigerar en cualquier nevera. Exige una cadena de frío inferior a las heladeras tecnificadas que piden otras vacunas para el Covid 19. Llegará, y lo veremos con la impresión benigna que trae el desarrollo, el momento en que los tubos de las dosis de la vacuna se puedan almacenar en droguerías o hasta en una casa con algún nivel de experticia en poner inyecciones. Llegará.
En un parte de autoridad el gobierno de Reino Unido compró 100 millones de dosis de la vacuna este lunes y anunció que con la adquisición de otro paquete importante de Pfizer espera empezar el proceso de vacunación a partir de enero de 2021, luego de que la vacuna Oxford cumpla los registros ante las autoridades sanitarias. Como los ingleses, otros países europeos también han anunciado la compra de millones de dosis de diferentes productores de la vacuna contra el Covid 19. España dijo la semana pasada que adquirió entre 20 a 30 millones de dosis de Pfizer y prevé comenzar a inmunizar a su población en enero, igualmente. Francia y Alemania han dicho lo mismo.
La producción y distribución de la vacuna, sin embargo, no deja de ser un asunto de poder político y económico. La ciencia innova mayoritariamente en los países con poder, dinero e influencia, y es de ahí donde se construyen las condiciones de intercambio, como va a ocurrir con la vacuna. En Colombia o Suráfrica inevitablemente la pregunta central es si en Europa comienza la vacunación en enero, ¿cuándo comenzarán estos países?
Aparte de iniciativas importantes como COVAX para tener una distribución equitativa de la vacuna, AstraZeneca ha dicho que va a vender la vacuna a las naciones más pobres lo más rápido posible y a precios de producción. “No hay plan b, vacunar también a los más pobres es el mejor modelo de negocio que ha habido nunca”, dijo, después de conocer la noticia, Dag-Inge Ulstein, encargado de dirigir la comisión de rápido acceso a la vacuna en la OMS, un principio que esperemos guíe los objetivos de las grandes farmacéuticas e instituciones.
En casi 900 años de historia en esta universidad se han superado dogmas, guerras y, ahora -posiblemente- una pandemia. Nostálgicamente, como los recordaba su rectora, Louise Richardson, citando un proverbio irlandés: “Níl tuile dá mhead nach dtránn” (no hay inundación que no retroceda).
*Candidato a MPhil en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Oxford. Colaborador de El Nuevo Siglo en Reino Unido y Europa