Filarmónica y Mambo: la música y sus circunstancias | El Nuevo Siglo
Foto cortes{ia Orquesta Filarmónica
Domingo, 12 de Diciembre de 2021
Emilio Sanmiguel

A la hora de la verdad las cosas no son tan sencillas como suenan en primera instancia: el compositor escribe la música, aparece el intérprete, que es el intermediario y, al final de la cadena el oyente. Habría que añadir que la composición debe tener una calidad, el intérprete la formación suficiente y el oyente la sensibilidad. Pero son más, muchas más las circunstancias que la rodean.

Acaba de pasar en dos eventos, producto de la relación que este año se ha planteado entre el Museo de Arte Moderno y la Filarmónica de Bogotá. Relación, por cierto, inédita, en un país donde cada cual tira para su lado.

Lo que interesa es que el Museo y la Filarmónica han conseguido darle cuerpo a una especie de convenio, de carácter artístico, que permite que los salones del primer museo de Arte moderno del país sean el escenario, natural, para que la orquesta realice conciertos de música contemporánea. La música de nuestro tiempo que, tremenda ironía, es uno de los géneros más hechos de lado por el que podríamos llamar Establecimiento musical.

Los conciertos contemporáneos, que se realizan en la mañana del último domingo de cada mes, han tenido la mejor acogida de un público con la sensibilidad suficiente para apreciarlos y disfrutarlos. Se trata, aparentemente, de un auditorio heterogéneo, seguramente con especial sensibilidad por el arte contemporáneo y muy joven en su mayoría. A los salones del Mambo, en los seis conciertos ya realizados –falta el último de la Serie 2021 que será la excepción en lo que tiene qué ver con eso del último domingo- no han llegado, por increíble que parezca, ni los grandes artistas de la plástica, ni los famosos, tampoco los burócratas del ministerio de cultura, menos aún los políticos y ni hablar de las estrellas de la prensa rosa. No se entienda esto como censura. Simplemente es así y punto.

Lo cierto es que el acuerdo entre el museo y la orquesta se amplió con la participación de la Filarmónica, la noche del pasado jueves, en Entrega del III Premio Mambo a la filantropía en las artes, por cierto, otorgado a un filántropo de lujo: José Alejandro Cortés.

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Ahora sí, lo anunciado: las circunstancias.

El sexto de los conciertos contemporáneos, la mañana del domingo 28 de noviembre, sobre el papel, parecía tener todos los ingredientes para convertirse en un suceso memorable: la actuación de la Banda Filarmónica de Bogotá –el que sabemos acabó con la Banda Nacional y sigue tan campante con su carita de yo no fui- actuando hombro a hombro con el grupo del prestigioso jazzista Antonio Arnedo.

Efectivamente las cosas no pudieron empezar mejor, con la actuación de la percusionista Diana Melo que interpretó una de esas composiciones, que por su vanguardismo y originalidad, dejaron muy alto el listón: Sleighy of an evil hand del norteamericano Casey Cangelosi, para caja con escobillas y metrónomo; música, sí, música que ella supo comunicar a un auditorio que siguió su  interpretación sumergido en el hipnotismo de esa especie de mantra de insistente ritmo en el metrónomo, que en realidad no evolucionaba, pero que, como composición bien concebida, se detuvo justo unos segundos antes de llevar al auditorio a la exasperación, para dar un giro a los contenidos. Hubo comunión y comunicación, entre la intérprete, el público que fue forzado a girar de sus asientos y complicidad acústica con la Sala Alejandro Obregón del Mambo.

En la parte complementaria, la actuación del Colectivo Colombia de Arnedo con la Banda Filarmónica, pero las cosas no fluyeron. Y no fluyeron porque la Sala Obregón, misma que enmarcó la actuación de Melo, le jugó una mala pasada al grupo de Arnedo, que no tuvo la discreción de dosificar el sonido amplificado de su grupo que, nunca logró un diálogo siquiera adecuado con la banda y el director general, aparentemente no se cuidó de dominar la situación. A la final, sobre la interpretación de Suite Millera, Faroto o Danza de la dignidad, cumbia de Río y Puya, sólo quedó flotando la duda de que no era el programa para ese recinto, sino tal vez más adecuado para el vecino Parque de la Independencia. Sin embargo, seguramente por los diseños melódicos y esos intervalos característicos del folclor nacional, el siempre bien dispuesto público de la serie fue generoso y hasta entusiasta en su aplauso.

La noche del jueves, las circunstancias fueron otras. El escenario no podía ser más hermoso: el gigantesco salón del piso 40 del Edificio Atrio con sus ventanales mirando las luces de la ciudad iluminada, la Filarmónica juvenil de Cámara, el Coro Filarmónico de Bogotá, Francisco Rodríguez de solista en la guitarra y el charango y la dirección de Leonardo Federico Hoyos, frente a un público compuesto por lo más granado de la dirigencia empresarial de este país. Pero, vaya a saberse porqué, olvidaron informar sobre el programa.

Un detalle, sí, pero un detalle que, al ser pasado por alto, dejó un cabo suelto en ese recorrido de circunstancias que van del compositor al oyente. No muchos consiguieron reconocer la obra, una de las más bellas de la música latinoamericana del s. XX, la Misa criolla del argentino Ariel Ramírez, composición de atavismos y contenidos más allá de su hermosura melódica y rítmica. Por una parte, es una suerte de fusión formidable entre el clasicismo y las tradiciones del folclor del cono sur, el Vidala-baguala del Kyrie, el Carnavalito-yaraví del Gloria, un credo en Chacarera trunca, Carnaval de Cochabamba en el Sanctus para coronal en estilo pampeano el Agnus Dei. De paso, la Misa es una especie de manifiesto de Ramírez contra el nazismo, quizá no tan sentido entre nosotros pero sí entre los argentinos y un tema de absoluta actualidad en el mundo.

En resultado, pues que, a pesar de la interpretación impecablemente dirigida por Hoyos de una composición considerada obra maestra, de la entrega de los tenores solistas, de la sorprendente actuación del Coro Filarmónico y la de la Orquesta, también del desempeño de Rodríguez en los pasajes solistas para guitarra y charango, la respuesta del público fue cortés, pero distante. Porque al final de cuentas la mayoría ignoraba de qué se trataba lo que acababa de oírse.

 Porque, a la hora de la verdad, las cosas no son tan sencillas.