Era un líder a quien se le seguía por la nobleza de sus propósitos. Su aguerrida lucha contra la dictadura de Rojas Pinilla, como miembro del legendario Batallón Suicida, nunca pasó al olvido. Era, entonces, la estrella popular del laureanismo. En Since, 1958, una gran manifestación esperaba a Álvaro Gómez quien llegó acompañado de Alfredo Araujo Grau y Diego Tovar. Cada vez que empezaba a hablar uno de ellos se oía un coro vivando al ausente: Belisario, Belisario. En ese, mi primer contacto con los grandes de la política, el indague a Álvaro sobre Belisario. “Se ha leído a Kafka, pero no se ha leído a Aristóteles”, me respondió. Ya afloraban las diferencias sobre la concepción del Estado y de la Política, que se apreciaron en el devenir de sus deslumbrantes trayectorias vitales.
Pocos años después pude oír a Belisario declamar, en el viejo camellón de los Mártires de Cartagena, “La Parábola del Retorno”: “…Es esta la granja la que fue de Ricard…”. La muchachada desbordo de emoción y lo acompaño por las históricas calles de La Heroica.
Ese líder popular que atraía multitudes y lanzaba sus palabras al calor de los aplausos, improvisaba versos pero no propuestas. Era un orador que inspiraba y que se negó siempre a la mediocridad del populismo.
Su programa de la victoria de 1982 fue producto de análisis, investigaciones, encuestas y reflexiones de sus asesores, entre los que resalto a Mario Calderón Rivera y Diego Pizano. Por eso mismo, no cambiaba su discurso, solo el orden de sus promesas: Casa sin cuota inicial, Universidad Abierta y a Distancia, Universidad sin cartón de Bachiller. Todas calaron muy hondo, el pueblo le creyó al hijo de Amagá.
La trascendencia de ellas se puede valorar por la UNAD, que tiene más de 160 mil estudiantes en 33 carreras. Fue la única que creció después de la pandemia. Su apuesta por la tecnología resultó premonitoria de la virtualidad.
En el mismo sentido, Belisario rechazaba el “inmediatismo”, ese pecado tan propio de la política Latinoamericana, y en especial, de la izquierda: Los resultados inmediatos vs lo importante – necesario. El espectáculo primero que la reflexión del estadista.
Ciertamente, Belisario abrió el camino. Desde su mandato no ha habido candidato o presidente que no ofrezca facilidades para adquirir vivienda o para ingresar a la Universidad.
Era un espíritu libre que tenía el colombianismo a flor de piel. Eso explica que desde el discurso inaugural solicitar el ingreso del país al Noal. Fue un viraje del Respice Polum al Respice Similia. Por cierto, cuando la visita de Reagan, “diciembre-82”, quien dijo que venía para Bolivia, Rodrigo Lloreda tuvo que jugársela a fondo para evitar que Belisario le hiciera un desplante semejante al presidente norteamericano. Era lo que le nacía hacer. Así era el Belisario espontáneo.
Su temple -ese si heroico- resistió los vendavales apocalípticos que estremecieron su mandato.
La publicidad eficaz de la izquierda ha querido trocar la toma del Palacio de Justicia, financiada por los dólares de Escobar, en un acto de ángeles. ¡No! Ese fue un acto ominoso y brutal que consiguió el objetivo: quemar los expedientes sobre la extradición y matar a los magistrados de la Sala Constitucional. “Ya vienen por mi…”, fueron las últimas palabras que me dijo el magistrado inmolado Alfonso Patiño Roselli. Al soñador de la paz lo traicionaron llenando de sangre la más alta sala de la justicia colombiana.
El Estado de Derecho nunca cedió ante el crimen durante el mandato de Belisario Betancur, el gran héroe de nuestros días.
Al final de su tiempo fue unánime el reconocimiento histórico de lo que significó para la paz de Colombia la vida egregia de Belisario Betancur.