Parece obvio, pero quizá no lo es tanto y amerita alguna consideración: la paz en Ucrania (cualquiera que sea el camino que conduzca a ella) no será un asunto de Rusia y Ucrania solamente. Uno más uno no será igual a dos en este caso. Eso hace aún más difícil anticipar cuál será el álgebra aplicable para resolver la incógnita que plantean los términos en los que esa paz pueda y llegue a definirse -más allá de lo que pese en la fórmula la posición relativa que alcancen las fuerzas contendientes, tras ofensivas y contraofensivas-, en el campo de batalla.
Hay que dar por descontado que esa “paz” involucrará a Estados Unidos y China, cada uno con sus intereses y sus cálculos. Inevitablemente, será una de tantas reverberaciones de su creciente rivalidad, a las que habrá que acostumbrarse como nueva normalidad de la política internacional. Y, por supuesto, a Europa -no sólo a la Europa de la Unión, sino a la Europa de la OTAN-, con sus intersecciones y exclusiones, y sin perder de vista que ni la una ni la otra dejan de ser conjuntos heterogéneos, cuyos elementos a veces convergen y a veces divergen en su relación con el todo que los contiene, como ha quedado demostrado en varias ocasiones desde hace 444 días, a propósito, por ejemplo, de la imposición de sanciones al agresor y de la admisión de los nuevos miembros de la Alianza Atlántica.
Ahí están Hungría, por un lado, y Turquía por el otro. No se podrán soslayar, además, las aspiraciones polacas de ganar peso en Europa, ni los recelos particulares de los bálticos, que bien ha resumido el presidente lituano, para quien “Occidente debe cruzar todas las líneas rojas en la guerra de Ucrania”.
Acaso habrá que sumar a la ecuación a Estados como Brasil, que viene haciendo esfuerzos para conformar un grupo de países para mediar (¿?) entre los beligerantes; y que, además, ha sido invitado a la cumbre del G7 esta semana en Japón, donde presentará su “plan de paz”, algo ensombrecido por el “ambosladismo” que dejó entrever recientemente Lula da Silva y que tanto ruido causó durante su gira europea. Y por qué no, a otros como Suráfrica, acusado días atrás de proveer subrepticiamente de armas a Rusia, un cargo desmentido a medias por Pretoria… Por no hablar de alguno más, cuya reputación los precede y algunas evidencias confirman.
Despejada la incógnita de la paz en Ucrania, la solución, sin embargo, se incorporará a otra ecuación más compleja, que a su vez es sólo una más, en un denso sistema de ecuaciones (ojalá compatible, pero más probablemente polinómico). Ese sistema de ecuaciones planteará en los próximos años un problema geopolítico global, para resolver el cual será necesario apelar a todos los métodos disponibles.
Todo un galimatías para los legos, un desafío para los expertos, y una responsabilidad enorme para quienes habrán de tomar las decisiones. Pero así son las cosas. Como bien se sabe en Colombia, la matemática de la guerra es siempre más simple que el álgebra de la paz.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales