Hay exclamaciones que han quedado esculpidas en la memoria humana como recuerdo de aspectos trascendentales en la historia. Una de esas la del Faraón de Egipto, en los inicios del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. De especial significado fue ese llamado que hizo que los hijos de Jacob, no obstante haber perpetrado el crimen de vender a su hermano José, había abierto camino de la Providencia para que ese hermano se convirtiera en primera figura en Egipto, y que el Faraón invitara a acudir a él en terrible hambruna que por siete años azotó toda la región. Igualmente Jesús, Hijo del eterno Padre, por la traición de uno de sus discípulos, yendo a ignominiosa muerte en cruz, conquistó la salvación del mundo y se escuchó la voz del Padre cuando en su bautismo de purificación en el Jordán, y cuando hablaba con Moisés y Elías en el Tabor de su muerte en cruz, se oyó la voz del Padre: “éste es mi Hijo amado escuchadlo”. (Mt. 3,17) (Mt. 17,5).
El primer llamado “acudid a José”, es al convertirlo en poderoso en Egipto, el segundo a Jesús hijo legal de José, el sencillo carpintero de Nazaret, que es Protector de la Iglesia naciente que camina con el Hijo de Dios hecho hombre, a quien alimentó, junto con María, en el destierro de Egipto (Mt. 2,19), convertido en “providencia de la Providencia”, a quien Jesús acudía, y a través de los siglos los hijos de esa Iglesia.
Toda la historia a que hemos aludido muestra cómo es de razonable sea poderoso intercesor ante Jesús y María, y sigamos invocando al artesano de Egipto y Nazaret en las más variadas circunstancias en las que urge especial asistencia divina. Pero es que S. José no fue un cualquier dispensador de la asistencia divina, sino que, como lo destaca la Sagrada Escritura al llamarlo “varón justo” (Mt. 1,19), y tantos Padres y documentos de la Iglesia han resaltado sus grandes virtudes, en especial su humildad de padre silencio y su amor sin límites por Jesús y María.
Qué bien recordar todos estos aspectos cuando estamos al final de este mes de marzo, que la Iglesia consagró a rendirle merecido homenaje, y cuando nos invita en este tiempo de preparación a la Grande Semana a imitar sus virtudes e implorar de él conseguir tantas gracias, convirtiéndolo en poderoso dispensador como el José del Antiguo Testamento que acoge a su Pueblo, lo cual le ha merecido tener tantos y tan cualificados devotos, entre ellos Papas y santos excelsos como Santa Teresa de Ávila.
San José nos pone de presente todo el contenido de la preciosa Exhortación del Papa Francisco “Alegraos y regocijaos” (09-04-18), sobre la “santidad en el mundo actual”. En ella, hace el Papa una presentación preciosa de lo que es la “verdadera santidad”, con síntesis, de no ser manifestación de cosas raras y extrañas sino el “vivir en forma extraordinaria las cosas ordinarias”. De esto han sido señalados unos Papas como Pio X y Juan XXIII, una Santa Teresita del Niño Jesús y un joven como Domingo Savio. Como máximo exponente de ese estilo sencillo en los quehaceres ordinarios, y en las grandes dificultades es el José de Nazaret”.
Por todo esto se le sigue rezando hoy, escucharemos perennemente esa voz. “Acudid a José”.
*Obispo Emérito de Garzón
Email: monlibardoramirez@hotmail.com
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