Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 12 de Febrero de 2016

EL SEPTIMAZO

Pelagatos

“No hay mal que dure más de ocho años…”

 

En mi desocupe de un domingo paniaguado, más paniaguado que el soneto de Cervantes Del Paniaguado, académico de la Argamasilla (Esta que veis de rostro amondongado/ alta de pechos y ademán brioso/ es Dulcinea, reina del Toboso/ de quien fue el gran Quijote aficionado) y casi tan paniaguado como la mitad de quienes fungen de ministros, consejeros, asesores, secretarios y asistentes de presidente, ministros, consejeros, asesores, secretarios, me veo correteando al bobazo de Momo mientras le grito: tú no eres un gato, eres un pelagatos.

 

Pelagatos. La palabra me llega en automático, como le llegaban a André Breton y los surrealistas, o sea, libre de cualquier represión propia o ajena, es decir, hashtag sin filtro o #sinfiltro. Pelagatos es quizás la palabra que menos amo ahora que amo tanto a los gatos, porque una de las acepciones de esta palabra compuesta que suma verbo y nombre es descuerar gatos, destripar gatos, en sentido literal, como en China, que se comen a los primos de Momo.

 

Pero de manera figurada,  un pelagatos no es más que un infeliz que a menudo pretende aparentar lo que no es, como las wannabe de Transmilenio y de oficina con sus monogramas que causan pena ajena pero a nadie hacen daño, pero también una persona que ejecuta una labor que no sabe cumplir correctamente, como los paniaguados de los tres poderes -Legislativo, Ejecutivo y Judicial- o sus áulicos y alzafuelles de la prensa que se creen el cuarto poder.

 

Me retracto ante Momo, un auténtico poblano que no cambió su apellido de clase baja por un estruendoso Von Schwarzenberg para hacerse a unos denarios obsecuentes en la Fiscalía; ni para ocultar su impotencia de macho castrado anda en una camioneta tan grande que no cabe por esta carrera quinta del barriecito que los paniaguados nos convirtieron en su zona G; ni se junta con las gatas de Rosales para subir de estrato con un matrimonio conveniente, ni grita su antiuribismo por el micrófono mientras sueña con volver a retozar en el Ubérrimo.

 

De pelagatos paniaguados están llenas las noticias. Ellos las producen para el gallinero y la claqué desvergonzada que las cubre sin discernimiento mientras sueña protagonizarlas; cada cuatro años cambian caras y nombres pero uno sigue viendo por estas calles y carreras a los recién llegados con la certeza de que cuando cambie el gobierno –siempre cambia, no hay mal que dure más de ocho años-, se irán.

 

Momo, al menos, tiene agüeros.