Una noche con algo más que música en el León de Greiff | El Nuevo Siglo
LOS MUSICOS de Le Bacon en el León de Greiff interpretando el cuarteto de Messiaen./Foto cortesía Leon de Greiff - Johnson Montoya
Viernes, 13 de Septiembre de 2024
Emilio Sanmiguel

Fue un concierto. Pero hubo mucho más que música durante el concierto del grupo francés Le Balcon –el nombre viene de la pieza teatral de Jean Genet de 1956- que lidera el director Maxime Pascal, en el auditorio León de Greiff el pasado 10 de septiembre.

Primero lo primero, que fue el acierto con la obra seleccionada, el Cuarteto para el fin de los tiempos, piedra angular de la música de cámara del s. XX y, por qué no decirlo, de todos los tiempos. Acierto también presentarla como pieza única del programa, no sólo porque su duración de casi una hora lo permitía, sino porque su intensidad y hondura filosófica casi lo demandan.

También por el público, puesto que, si hemos de aceptar que el concierto es un diálogo trascendental, entre el compositor, su intermediario, el intérprete, que la trae a la vida desde su inteligencia y sensibilidad y un destinatario, que es el público; francamente era placentero ver que el del León de Greiff la noche del martes era, casi en su totalidad público joven, presumiblemente estudiantil. Cuando en los tiempos que corren genera preocupación ver auditorios de Bogotá con ausencia de jóvenes, el de la noche del martes resultaba alentador.

 

El curteto de Messiaen envuelto en leyenda

El Cuarteto para el fin de los tiempos fue escrito por Messiaen, Olivier prisionero nº35333, Stalag VIIIA, Alemania, en un campo de prisioneros nazi. El soldado Messiaen, de 38 años, natural de Avignon, que por cuenta de la guerra se había enlistado en la 5ª Compañía, 2º Batallón en Pionniers, fue tomado preso, con otros franceses en 1940 por los alemanes y enviado a Toul, cerca de Nancy, allí se encontró con Étienne Pasquier, un violoncellista de renombre y con Henri Akoka, un clarinetista a quien le habían permitido tener consigo su instrumento, para este último compuso allí mismo una pieza para clarinete solo, que terminó convertido en tercer movimiento del Cuarteto. En junio fue trasladado, con Pasquier y Akoka, al campo de prisioneros nazi en Silesia, cerca de Görlitz: había en ese lugar 15.000 polacos, 8000 belgas y 14.000 franceses.

Fue en su condición de prisionero, inspirado en un pasaje del Apocalipsis, que tomó la decisión, en lo que podría calificarse como un rapto de inspiración, con el agregado de otros siete movimientos, de crear el Cuarteto en 8 movimientos.

El estreno ocurrió en el lugar que en el campo de prisioneros servía como teatro para representaciones que protagonizaban los cautivos, el miércoles 15 de enero de 1941, de acuerdo con el relato del violoncelista Pasquier, a las 6 de la tarde. Los intérpretes fueron Étienne Pasquier en el violoncello, Jean Le Boulaire, violín, Henri Akoka, clarinete y el compositor al piano, vistiendo viejos uniformes checos y calzando suecos de madera. Pasquier dejó testimonio de que ocurrió ante 400 espectadores, entre ellos los comandantes del campo, un público en extremo heterogéneo; Messiaen dijo años después que tras el final hubo un silencio conmovedor en el recinto; aunque también es verdad que, por la audacia misma de los ritmos y las sonoridades, hubo muchos que encontraron la obra irritante.

No mucho después fue puesto en libertad, regresó a Francia, ocurrió el estreno en París y la obra, con cierta rapidez se convirtió en eso que oyó el público del León de Greiff: un clásico del repertorio camerístico.

 

Cuarteto de Le Balcon en la U. Nacional

La consigna del grupo Le Balcon, en sus propias palabras es la de ser una orquesta sonora de geometría variable. A juzgar por el espectáculo, porque lo del martes fue eso, un espectáculo, llevaron la experiencia concertística un paso más allá de eso que está consignado en el papel pautado. Eso exactamente fue lo que ocurrió.

Aparentemente fue deliberada la decisión de la directiva cultural del auditorio de pasar por alto en las Notas al programa las connotaciones, derivadas del Apocalipsis; al fin y al cabo, si el público del estreno fueron prisioneros, este era de estudiantes de la Nacional que no anda para lecciones del Apocalipsis.

Del mensaje místico espiritual que, es razón de ser, de la obra se encargó la puesta en escena.

Los intérpretes, Iris Zerdoud, clarinete, Jou JKung y Clotilde Lacroix, violín y violoncello, Alain Muller, piano, aparecieron al fondo del escenario tras el telón de tul negro. Del mensaje extra musical se encargó la proyección de imágenes, de inquietante y lograda estética que, en medio de la penumbra de la sala, lo ilustraron y de qué manera.

Impecable interpretación de los músicos, que ahondaron con responsabilidad en ese recorrido que plantean los ocho movimientos, sin esquivar las dificultades de una partitura que hacía años no se oía en Bogotá. Porque no puede pasar inadvertido que, sí, es una obra inquietantemente profunda, de una dificultad técnica de alto bordo resuelta con autoridad y sin fisuras.

Merecido aplauso de un público que, valga decirlo, no interrumpió la obra con aplausos a destiempo que habrían arruinado un espectáculo conmovedor e inquietante.