ADRIANA LLANO RESTREPO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 2 de Noviembre de 2011

Ganancia

 

Según  Francisco Maturana, quien fuera técnico de la selección Colombia, “perder es ganar un poco”; el aforismo, que en su momento fue incomprendido pero que es de honda sabiduría como cualquiera de Nietzsche, o al menos, profundo como escolio de Nicolás Gómez Dávila, me viene bien ahora que, de acuerdo con los malquerientes, “me quemé” en mi deseo de ser Edil de Chapinero.

Porque me encanta este Maturana, aunque hay otro mejor, Humberto, el biólogo y sociólogo chileno que nos legó el concepto de autopoiesis según el cual todos los seres vivos nos producimos a nosotros mismos, digo que los 388 votos obtenidos en las urnas el pasado domingo como candidata a Edil de mi localidad, por el Movimiento Progresistas, no fueron pocos, aunque sí insuficientes para triunfar en el empeño.

Yo, que tuve que adoptar a Momo, mi amado gato callejero, para soportar la levedad del ser y la soledad de domingo, sé que en algunas de las calles que recorrí a pie, con mi estrategia de volanteo puerta a puerta por Rosales, La Salle, Marly, Chapinero Alto, Emaús, La Cabrera, El Refugio, Chicó, Quinta Camacho y  Nueva Granada, habitan 388 conciudadanos que me dieron con su voto, algo de fe, al compartir mi esperanza de que la nuestra, con inversión en seguridad y cultura, puede ser la más amable de las localidades.

Perdí, pero gané. Mi candidatura me permitió participar en una campaña histórica, ser parte de un movimiento significativo de ciudadanos absolutamente incluyente -yo llegué a él como Conservadora, sin abdicar a mi credo-, ver a Gustavo Petro, hijo del proceso de paz de 1990 y de la muy progresista Constitución de 1991, convertirse en Alcalde de esta descuadernada capital en la que vivo.

Sin un peso, sin clientela, con el apoyo de los concejales electos Carlos Vicente De Roux y Yezid García Abello, perdí pero gané: conocí el significado de la palabra “compañero”, me hice amiga de sindicalistas de carne y hueso, de gente sencilla, me asumí como trabajadora y como miembro de una clase sándwich, me sacudí prejuicios y recuperé la poética de mirar al Otro.

Perdí, pero gané. Yo, que he vivido en la burbuja de la academia, evadida en las páginas de libros, desentrañé en la relación dialógica y cotidiana de la campaña, aquello que Álvaro Gómez Hurtado, mi faro ideológico, denominaba Acuerdo sobre lo Fundamental. Ahora, gracias a Petro y a los Progresistas, sé que no es una entelequia como tantas en la Filosofía.