En Colombia, las alarmas están encendidas, y el propio Gustavo Petro ha sido quien las ha activado, al transitar peligrosamente por la frontera entre la institucionalidad y el totalitarismo. El panorama actual del país es preocupante, evidenciando que Petro, ya lejos de las meras hipótesis, tiene la firme intención de perpetuarse en el poder.
Su propuesta de un ‘proceso constituyente’ al margen de la Constitución imita con precisión el guion chavista, mostrando una lealtad inquebrantable a ese modelo. Dicha propuesta, en lugar de ser inclusiva, convoca de forma excluyente solo a sus simpatizantes coyunturales, a quienes denomina ‘el pueblo’, en manifestaciones organizadas y financiadas con fondos públicos. Esto crea una plataforma para promover su mensaje populista y desafiante, minando con cifras engañosas las bases de lo construido, sin abrir espacio a la discrepancia o alternativas.
Para asegurar su permanencia en el poder más allá de 2026, Petro recurre a tácticas que van desde la erosión institucional -como desprestigiar el Congreso, desconocer al poder judicial y debilitar a la fuerza pública- hasta permitir el fortalecimiento de grupos criminales y tolerar la corrupción. Estas acciones sumergen al país en un estado de caos social, económico y político de grandes proporciones.
Los hechos son muchos y alarmantes. Por ejemplo, la persecución infame a la Federación de Cafeteros, pilar centenario de 550 mil familias productoras que además de contribuir económicamente al país enriquecen la identidad nacional en Colombia y el mundo. La toma arbitraria de la EPS Sanitas, con claros sesgos políticos, no solo evidencia la destrucción sistemática del sistema de salud, sino que hiere de muerte la inversión privada, nacional y extranjera. Y su reacción al hundimiento de su reforma a la salud en el Senado, expresada en la frase ‘Lo que podía ser una transición tranquila y ordenada, ahora será de golpe’, subraya la amenaza que representa para la institucionalidad y revela una personalidad egocéntrica típica de un dictador en potencia.
Esta situación ha enturbiado el clima político y sembrado incertidumbre en la ciudadanía, como también ha afectado la inversión y deteriorado la confianza empresarial. La economía se desploma, el desempleo crece, la inseguridad aterra, y la nación permanece en vilo ante cada nueva controversia creada por Petro. Su estrategia está basada en la polarización y confrontación constantes, siguiendo el guion diseñado en Cuba, según el cual, dice Petro: ‘sin confrontación no hay cambio’. Este enfoque, profundamente arraigado hoy en el poder ejecutivo, busca intensificar la crispación política como medio para imponer sus ‘cambios’ que todo lo destruyen.
Ante este desafío monumental, la unidad nacional emerge como imperativo para desmitificar y contrarrestar la narrativa de Petro sobre su presunta legitimidad exclusiva, recordándole que los congresistas, gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles. tienen la misma legitimidad. Inclusive, él ganó con el 50,4% de los votos frente al 47,3% que votó en su contra; y transcurridos dieciocho meses en el poder, esa ínfima mayoría desapareció, inclusive, según las encuestas, se revirtió. Es crucial enfatizar que la democracia se sustenta en la pluralidad de voces y legitimidades. Y las multitudinarias marchas contra Petro son expresiones legítimas del pueblo.
En estas horas aciagas y de dolor de patria es esencial el liderazgo de gobernantes regionales, aspirantes presidenciales, empresarios, trabajadores, campesinos y la sociedad en su conjunto para convocar a la unidad nacional frente al peligro, con el fin de salvaguardar la democracia y las libertades.