Alberto Medina Méndez | El Nuevo Siglo
Jueves, 8 de Enero de 2015

EDUCACIÓN

Consecuencia y no condición

Una  conjeturase ha instalado como verdad revelada, cuando en realidad no tiene demostración empírica alguna que la sostenga. Son demasiados los que entienden que la causa que explica la situación actual de inmoralidad, mediocridad y pobreza tiene que ver con la ausencia de educación.

La educación bien entendida es un valor, pero es un error creer que es una condición indispensable para el desarrollo. Si se repasan las estadísticas mundiales en la materia, se identifican con facilidad a un grupo de naciones que ostentan esa virtud, pero no es casual que se trate de países desarrollados. El error conceptual es suponer que la educación generó el desarrollo, cuando en realidad, en la inmensa mayoría de los casos, el proceso ha sido justamente el inverso.
Es necesario desterrar esa falacia que sostiene que invirtiendo presupuestos gigantescos en educación se logrará desarrollo, porque esta postura invita a depositar energías en estrategias incorrectas que no encuentran soporte alguno en ningún argumento sólido que se apoye en evidencias concretas.
Parece apasionante esa mirada, simpática por cierto, pero se debe comprender que se trata de un espejismo, un análisis superficial y un desorden de factores en el momento de relatar las experiencias de cada nación. Es una ingenuidad creer que un sistema educativo formal puede convertir a un país inmoral en virtuoso, o a una nación pobre en rica.
Son las reglas de juego razonables, un marco institucional adecuado, el clima apropiado de las ideas, la implementación de políticas públicas atinadas las que, en definitiva, conducen al progreso y al desarrollo. Es desde allí donde se llega a niveles educativos elevados y no al revés. No se debe caer en el infantilismo de pensar que si se destinan cuantiosas cifras de dinero al sistema educativo, la nación mágicamente encuentra su rumbo, como si se tratara de un fenómeno lineal, carente de otros ingredientes mucho más influyentes en el recorrido.
Este planteo no pretende ser una apología del analfabetismo, ni tampoco un elogio a conductas indeseadas. En todo caso, es el reconocimiento empírico de cómo funciona la mente humana frente a ciertos estímulos concretos.
Un jefe de familia que no puede alimentar a sus hijos solo se concentra en lograrlo, y es por eso que la educación no es su prioridad. Pero cuando consigue superar esa barrera que le plantea la indigencia, entiende que sus hijos merecen una oportunidad mejor, esa que él no disfrutó, y es entonces, cuando los individuos asumen la trascendencia de la educación y no antes.