Hipocresía social
La primera década del siglo XXI pasará a la historia como la década de la información. El despliegue de medios de difusión se ha multiplicado de tal modo, que el acceso a la información ya no es problema para nadie (si se entiende por nadie aquel sector inmenso pero insignificante que carece de medios económicos y tecnológicos para formar parte de los quienes relevantes). Crece, tanto en los medios masivos de comunicación como en las redes sociales, el flujo de datos que ilustran, con fotos, slogans, caricaturas y videos (muy pocos textos escritos que demuestren un mínimo de tiempo gastado en pensar el problema) las injusticias que tienen lugar en el mundo. Todos (es decir, esa minoría que alimenta los medios de difusión) son activistas de alguna causa y construyen una identidad virtual en la que aparentemente viven con coherencia su indignación frente a los graves males que aquejan a la humanidad.
Las causas por apoyar son variopintas. Hay desde furibundos defensores de los animales que, sin ninguna vergüenza, apoyan la muerte a los maltratadores, hasta opositores radicales del reconocimiento de las diferencias. Peleas se fraguan entre las diversas partes que no consiguen llegar a un acuerdo sobre si es legitimo dejar de usar toallas higiénicas por compromiso con el planeta y comprar (porque nada es gratis) la innovadora “copa lunar”. O si en el caso de preservativo no hace falta tener consideraciones con la madre tierra porque es más grave el daño que hace un nuevo ser humano al planeta que el que puede hacer el residuo de látex.
El flujo de información que atraviesa vertiginosamente las redes sociales no es nada más que una gran herramienta de distracción. Este fenómeno es un claro reflejo de un grave caso de hipocresía social. Mientras que miles de personas pierden los preciados minutos de sus días subiendo fotos o posteando links en la red, otro tanto espera por un mundo con más oportunidades; y las oportunidades nacen de redes sociales reales en las que la gente se compromete en serio y trabaja a conciencia en la tarea que le corresponde. Las metas vitales no se alcanzan con propaganda; se alcanzan con esfuerzo y trabajo. Eso lo tenemos casi del todo olvidado -o más bien, no aprendido- en nuestro, sufrido pero sin vergüenza, país. No es gratuito que Colombia figure dentro de uno de los primeros países con más uso de las redes sociales.
La hipocresía social es también resultado de otro mal aún peor: el engaño. Hace tiempos el país renunció a llamar las cosas por su nombre. La experticia en maquillar la realidad pronto se convirtió en una virtud necesaria para acceder a cualquier trabajo. En eso nos convertimos. En engañadores profesionales. Una cultura deteriorada de esta manera no tiene más destino que vivir engañada y cambiar oro por espejos. Colombia sigue mordiendo el anzuelo. Las nuevas modas de militancia en las redes son solo un engaño más que nos mantiene distraídos creyendo que con expresar inconformidad por esa vía y reproducir imágenes y mensajes prefabricados de todas esas nuevas causas ya se está cumpliendo con la cuota de compromiso social. Las redes sociales de moda no son más que espacios para perder el tiempo. Sin duda es más sano emplearlas sólo para eso.