ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Sábado, 22 de Septiembre de 2012

La antropología en crisis

 

Las recientes declaraciones de Augusto Oyuela-Caycedo, en las que reveló el pasado nazi de Gerardo Reichel-Dormatoff, han generado estupor en la comunidad de antropólogos colombianos. Ningún estudiante de antropología en Colombia ha pasado por alto el papel fundacional de Reichel-Dolmatoff en los estudios etnográficos y, sobre todo, en el conocimiento de las comunidades indígenas. Conocido como el padre de la antropología colombiana, este alemán pronto se convirtió en un icono para el trabajo etnográfico y para el reconocimiento de las comunidades indígenas del país. Que una figura como esta se convierta de la noche a la mañana en un exnazi, no solo simpatizante del régimen sino miembro activo de las SS hitlerianas en su juventud y con varios muertos encima, deja sin piso no solo a sus discípulos y amigos sino a la fundamentación de la antropología misma. Así lo han manifestado muchos de quienes, conociendo a Reichel-Dolmatoff no dan crédito a lo sucedido.

 

Pero, ¿por qué estas declaraciones han puesto en jaque a la antropología en sus fundamentos? Si la ciencia funciona al margen de las personas, ¿qué relevancia tiene el pasado personal de un teórico, en el desenvolvimiento de esta ciencia social? El revuelo del caso Reichel pone el dedo en las llagas de una ciencia herida. Justamente este tipo de sucesos dejan en evidencia que la antropología, por más que se autodefina en términos científicos, no puede dejar al margen al ser humano y esto es lo que ha venido haciendo. Una teoría que desconozca que detrás de la cultura está el hombre y que omita una definición de lo que el hombre es, siempre se encontrará con puntos irresolubles.

 

Las ciencias sociales, en su afán de neutralidad, han dejado de formular afirmaciones que comprometan el ámbito ontológico y ético. No se define lo bueno y tampoco se define el hombre. El silencio con respecto a estos temas pone a funcionar a la ciencia en un ámbito de neutralidad que después no es aplicable a la realidad humana. Construye esquemas ideales que además son mudables de una cultura a otra o de un ser humano a otro, pero en concreto, no son compatibles con ningún escenario real. Esto ha pasado en gran medida con el estudio de las diversidades culturales. Se construye desde la antropología un discurso ideal sobre la identidad de un determinado grupo social, que omite, sobre todo, la humanidad y peculiaridad de cada miembro y, así, se termina por crear un monstruo que exige unas prácticas y una ideología específica. Nada muy distinto a lo que se procuraba en el sistema nacional socialista. 

 

Contar con que un ser humano no responde únicamente a la cultura y que es libre, por ejemplo, de rectificar vitalmente y cambiar el rumbo de su vida, es un dato que no puede ser omitido. Tampoco que sea capaz de reconocer que ciertas prácticas culturales son mejores que otras.

 

La antropología debe ser ante todo humana y eso es algo que nos hace falta recordar y defender. Que valga pues el caso Reichel para que la disciplina se reconfigure de acuerdo con lo que los seres humanos somos y no a lo que, desde las ciencias, queramos hacer de ellos.