ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, Ph.D | El Nuevo Siglo
Sábado, 8 de Junio de 2013

Identidad y promesa

 

Nunca  antes en la historia el ser humano ha tenido tanta necesidad de dar respuesta a la pregunta ¿quién soy yo? como en nuestros días. A qué se deba este requerimiento es algo que se  puede atribuir a la disolución cada vez mayor de instancias que ofrezcan respaldo a la identidad humana por un lado, y por otro, a la creciente diversificación de las opciones que se ofrecen, como configuradores de la identidad personal. Vivimos una profunda crisis de identidad.

Encontramos hoy múltiples fuentes de identidad a las que el ser humano recurre con el anhelo de dar respuesta a sus más profundas necesidades. Dentro de dichas fuentes aparecen, cada vez con más intensidad, manifestaciones culturales que no por su carácter cambiante generan dudas en aquellos que ponen su anhelo identitario en ellas. No es raro encontrar personas que le confían sus preguntas cruciales a la pertenencia a una tribu urbana o la afición a un deporte o a un grupo musical. Incluso hay quienes encuentran en la moda un canal de expresión de lo que consideran que los define “esencialmente”. La pregunta que surge es, si este tipo de vinculación y expresión logra responder, al menos en una pequeña medida, a la definición de la identidad o, al contrario, genera una ficción que cuando acaba solo deja un profundo vacío.

La situación se complejiza cuando al panorama se suma una nueva tendencia que persigue no ya la definición de una identidad única e irrepetible, sino una disolución en las múltiples experiencias que la cultura humana ofrece. Querer dar respuesta a la cuestión de quién se es y qué sentido tiene la propia vida se convierte hoy día en una retórica infructuosa que sólo recrea aquellos mitos humanos que es necesario derribar.

Pero la cuestión que siempre queda en evidencia es que para el tipo de ser que es hombre existe una ineludible necesidad de autocomprensión y autodefinición. No es gratuito querer saber quién se es, porque de acuerdo con dicha búsqueda, la persona proyecta sus acciones y dota de sentido su existencia. Por lo tanto, reducir la búsqueda de identidad a un mito humano, no hace más que agrandar la desorientación que ya de por si constituye parte de la experiencia de vida humana.

El pensador francés Paul Ricoeur se ha preocupado por explorar desde múltiples miradas el problema de la identidad. Una de sus claves de comprensión es el análisis de aquello que le permite al ser humano mantenerse en el tiempo a pesar de su condición cambiante. La promesa (o palabra dada) es una de aquellas “acciones” que apela a la verdadera identidad personal en la medida en que permite mantenerse siendo, a través del tiempo.

Quien promete, proyecta a futuro un “yo” que no está determinado por las circunstancias que lo rodean en el instante, sino que a pesar de los cambios que trae el paso del tiempo, puede seguir siendo él mismo. La riqueza de la promesa como fuente de identidad es grande y exige ser explorada. Para el hombre que anhela conocerse y definirse, prometer, dar la palabra, (y cumplirla) es ocasión privilegiada de descubrir quien realmente se es.