La constituyente o el tigre suelto
Sin lugar a dudas el discurso del señor Presidente en la instalación de esta nueva legislatura, fue conciliador con el Congreso, institución que se sintió señalada como la responsable del infortunado episodio, que tuvo más o menos año y medio de gestación con los debates reglamentarios, de la famosa reforma judicial. El del presidente saliente del Congreso fue serio, pero de cajón. No hubo manifestaciones que marcaran alguna posición del ente a su cuidado hasta ese día. En resumen la instalación se sucedió en forma tranquila y dejó buen sabor al ciudadano de a pie, que no es otra persona diferente a aquella que observa los acontecimientos nacionales, no tiene oportunidad de participar en ellos, pero sí la de opinar desde el punto de vista de sus propias creencias políticas, si las tiene, sobre lo que sucede y lo que se imagina que va a suceder.
Bien parece que la escisión entre las tres ramas del Poder Público comenzó un proceso de recomposición. El Ejecutivo con el Presidente a la cabeza dio el primer paso el pasado 20 de julio; pero ya había hecho un gesto amistoso para con el Poder Judicial al designar a una prestigiosa unidad de este cuerpo para desempeñar el Ministerio de Justicia. Una de sus primeras declaraciones fue la de poner de presente que la reforma a la Justicia no necesariamente amerita una reforma de la Constitución. Eso parece excelente noticia por lo cual quedamos a la espera de las propuestas que sobre el particular le vaya a hacer al país.
Es de suponer que a pesar de los gestos amistosos del presidente Santos, las iniciativas que el Gobierno presente serán examinadas con mucho celo. La reforma tributaria, por ejemplo, tendrá que someterse a prolijo examen durante el cual serán presentadas nuevas iniciativas de índole tal que harán su aprobación muy difícil; la participación activa del Congreso se hará sentir. Eso tiene que estar debidamente previsto. La supresión de la Vicepresidencia será un proyecto de reforma constitucional que no tendrá mayores dificultades, es razonable preverlo. Lo primero es que esta figura recogida en la reforma de 1991 ha demostrado en su corta existencia que no se necesita en la forma prevista y que no tiene funciones, salvo los encargos que le haga el Presidente titular. Más bien ha sido factor de desentendimientos a todas luces inconvenientes para la Nación. Se volvería entonces a la figura del Designado, en la cual el Congreso tiene mucho qué hacer y mucho qué decir. El Congreso deberá estar muy contento de recobrar esta función y de tener intervención decisoria en la vida nacional. Eso le gusta. Por otro lado se evitará en el futuro la presencia de personas inconvenientes en esta posición.
A un tigre que se tiene enjaulado no se le puede soltar poniéndole condiciones de lo que puede y debe hacer una vez en libertad. Sale pero no puede comer sino de estas o aquellas presas en estas o aquellas condiciones. Pero el tigre resulta desobediente y no cumple. El símil es pertinente para la convocatoria de una Asamblea Constituyente. No se la puede convocar con condiciones porque pasa lo mismo que cuando se suelta al tigre. Se somete a sus propios apetitos y se olvida de las instrucciones para la cual fue convocada.