A quien le queden dudas sobre el fracaso colectivo a que conducen los populismos le basta mirar lo que está sucediendo en la Argentina. Es, ciertamente, un ejemplo para no imitar.
La inflación, en primer término, que bordea el 60%, es el gran dolor de cabeza de los argentinos. El gobierno Fernández da muestras de desesperación. Acaba de anunciar con lenguaje guerrero el inicio de lo que ha llamado una “guerra a la inflación” ¿En qué consiste? Tiene sometidos a control administrativo a 1.300 productos de primera y segunda necesidad. Este control lleva ya varias semanas y no parece estar dando buenos resultados. Con una variación en el índice de precios de la magnitud señalada todo esfuerzo por reprimir la especulación y romper las fuerzas del mercado resulta imposible.
No contenta con esta medida, la Casa Rosada ha anunciado, en su desespero, la puesta en marcha de una ley que viene de los años setenta del siglo pasado que permite el decomiso de mercancías, el cierre de negocios, y aún el apresamiento de comerciantes e industriales sobre los cuales caiga la sospecha de que están especulando y abusando con los precios. Una verdadera economía de guerra si se aplica. Es la lucha del inciso contra las fuerzas de un mercado desbordado por la inflación. No hay que ser adivino para pronosticar quien va a resultar ganancioso en esta guerra.
Después de agotadores debates políticos, el senado argentino acaba de autorizar el gobierno Fernández para concluir la negociación de la deuda externa con el FMI. Se busca una renegociación en el pago de esta deuda que empieza a vencerse por US$50.000 millones. Y que la Argentina está en incapacidad de honrar en este momento.
El actual gobierno le echa la culpa de lo que ha sucedido a su predecesor, Mauricio Macri. La señora Kirchner, exmandataria y actual vicepresidenta de la Nación, dice airada que la política económica y fiscal no puede acordarse con el FMI, y que su convivencia política con el presidente Fernández está comprometida. 13 senadores del grupo de la Kirchner votan negativamente los acuerdos con el FMI que deben formalizarse con urgencia. De no cerrar pronto estas negociaciones, la Argentina -una vez más- seguirá de paria en los mercados internacionales de crédito. Como tantas veces lo ha estado a lo largo de su historia.
Curiosa esta actitud de la vicepresidenta: fue la misma que durante su gobierno decretó la nacionalización de las pensiones privadas y la que inició el camino por los despeñaderos del populismo. Ahora pretende que la Argentina celebre un acuerdo con el FMI, pero sin adquirir ningún tipo de compromisos para enrumbar la política económica por la senda de la seriedad fiscal. Es decir, propone que la Argentina negocie sola.
EL FMI por supuesto no accederá a ello: ya divulgó un documento interno hace un par de meses reconociendo que en la pasada negociación con Argentina pecó por no imponerle condicionamientos más severos. Es por tanto muy poco factible que en esta ocasión vaya a cometer el mismo error.
Mientras tanto, la Argentina sigue soportando una presión inmensa sobre las exiguas reservas que maneja el Banco Central que, entre otras cosas, continúa financiando con emisiones inflacionarias buena parte del gasto público. Echándole así, en pleno incendio, más gasolina a la llamarada inflacionaria. Siguen también gravando y arruinando -con lo que allá denominan “retenciones”- estratégicas exportaciones como las de la carne.
Cuando la guerra entre Rusia y Ucrania le hubiera proporciona a un país como Argentina, tan rico en cereales, una oportunidad de oro para hacerse presente en los mercados internacionales que registran por estos días precios elevadísimos, tiene que cerrar las exportaciones de varios granos por temor a un desabastecimiento interno. El ventarrón inflacionario sopla como un huracán por las pampas argentinas. Y entre tanto, el malestar y la pobreza siguen creciendo a un ritmo endiablado.
Ojalá la Argentina salga de este berenjenal al que lo ha conducido una historia de populismos enquistados en el alma política de tan importante país. Y es, por supuesto, un espejo en el que los colombianos debemos mirar para no imitarlo.