“Elaboremos nuestras emociones”.
Cuidarnos de adquirir el Covid-19 no se reduce a la cuarentena, mantenernos a prudente distancia unos de otros, nutrirnos adecuadamente o a las prácticas de limpieza básicas, medidas que sin duda son fundamentales, pero insuficientes. Necesitamos, además, cuidar nuestras emociones.
Por fortuna, cada vez es más amplia la comprensión de la relación existente entre las enfermedades físicas que desarrollamos y las emociones que nos habitan. Es por ello que una mirada lineal de los procesos de salud y enfermedad no basta para comprenderlos ni resolverlos. Necesitamos ir más allá de lo evidente, de lo instituido por los sistemas de salud que nos estandarizan y que reducen a lo meramente biológico aquello que nos ocurre en nuestro primer territorio, el cuerpo que somos. Esto no quiere decir que los asuntos fisiológicos sean soslayables, claro que no. Adicionalmente, necesitamos ampliar la mirada y reconocer a esas convidadas de piedra por la medicina occidental: las emociones. Desdeñadas, minimizadas, estigmatizadas e ignoradas en cuanto a la salud física se refiere, las emociones son cruciales para que generemos una enfermedad o no.
En estos momentos de confinamiento, las emociones se constituyen en factores determinantes para que cuando tengamos contacto con este coronavirus -pues al parecer todos los seres humanos lo adquiriremos temprano o tarde, entre más tarde mejor– seamos asintomáticos, presentemos síntomas, nos agravemos o eventualmente lleguemos a la muerte, la graduación inevitable de este prekínder existencial que estamos cursando. Sabemos que personas con ciertas pre-existencias son más vulnerables, pero tal vez no hemos reparado en que esas condiciones previas también tienen un sustrato emocional. Nadie se enferma porque sí, por azar o fruto del destino, como tampoco nadie se agrava o muere por causa de un supuesto enemigo externo. Más que de una lucha en contra de, actitud difícil de superar porque implica salirse de la caja en la que aprendimos que las enfermedades son adversarias de la peor calaña, necesitamos ampliar nuestra consciencia y reconocer qué hay dentro de nosotros que está pendiente de ser elaborado, qué no hemos podido superar emocionalmente, que encuentra una salida a través del cuerpo físico.
Desde la medicina tradicional china, los pulmones cumplen la función de conexión entre el cuerpo y el mundo externo, regulando el Qi (aire) al permitir el ingreso del Qi celeste que luego se utilizará en todas las dinámicas vitales. La tristeza afecta la energía del pulmón y lo debilita, lo cual coincide con la visión desde la descodificación biológica de las enfermedades: la melancolía hace que perdamos el interés por la vida, lo que se manifiesta en el sistema respiratorio. Creo que quienes se ven gravemente afectados o mueren por contagio del Covid-19 ya han perdido las ganas de vivir, ya hay en su interior algunas razones que son impedimento para vivir en gozo, temas no resueltos como miedo o rabia. Por ello, cuidar de nuestras emociones es verificar qué está pendiente por resolver, qué nos obstruye la armonía vital. Necesitamos conectarnos con la vida, agradeciendo cada instante vivido. Necesitamos respirar conscientemente: tomar, dejar ir. Necesitamos hacer oración y meditación para calmar nuestras ansiedades. A todo ello nos invita esta amiga pandemia: a permanecer en conexión con la Fuente.