Suecia es fácilmente uno de los lugares más tranquilos de la Tierra. Sus casi diez millones de habitantes tienen la curiosa maña de portarse relativamente bien todo el tiempo. Así pues, año tras año los suecos han ido puliendo la sana costumbre de avergonzar al planeta con sus envidiables estadísticas en materia de equidad de género, reducción en la tasa de homicidios, lucha contra la corrupción y, en general, todos los demás indicadores que a los países serios les preocupan. Punteando en los rankings internacionales de negocios, economía, tecnología, libertades e innovación, el sueco vive aburrido de tanta perfección, y su literatura es el testimonio más revelador de ello.
Es justamente allí, donde nada fuera de lo normal sucede, que desde hace varios años se ha venido gestando un curioso movimiento cultural que ha llenado las páginas de la literatura sueca de intrépidas persecuciones policiacas, misteriosos asesinos seriales, conspiraciones empresariales a gran escala y un sinfín de crímenes grotescos que han convertido a Estocolmo, hoy por hoy, en la capital mundial de la novela negra. Sus avenidas y bulevares, tan tranquilos y seguros en la realidad, son transmutados a la ficción bajo un velo de perversión hasta convertirlos en el epicentro de retorcidos casos que desconciertan a las autoridades y escandalizan a la sociedad con amarillistas titulares que contribuyen al pánico generalizado.
Aun cuando la tradición literaria sueca tuvo por años a la poesía como su máximo referente, encontrando su más reciente galardonado en Thomas Tranströmer con el Nobel de Literatura 2011, el país ha resaltado más recientemente gracias al difunto Stieg Larsson, creador de la saga Millennium, la cual sigue publicando nuevos libros y películas 14 años después de su fulminante infarto. Es tal su legado, que el Millennium Tour que recorre las calles reales por donde imaginariamente Lisbeth Salander, un hacker asocial, y Mikael Blomkvist, un temerario periodista, combatieron nazis nostálgicos, traficantes de mujeres, criminales de cuello blanco y matones a sueldo, se ha convertido en el walking tour más elogiado del turismo literario y una visita obligada en el centro de Estocolmo.
De igual forma, encontramos al reconocido Henning Mankell, posiblemente el precursor de todo, cuyo corazón se dividía entre los oscuros relatos policíacos del detective Kurt Wallander y bizarras trilogías de libros juveniles; a Åsa Larsson, la creadora de Rebecka Martinsson, una abogada de impuestos que prefiere resolver intrincados delitos religiosos antes que ayudar a sus clientes a evadir impuestos; y a Camilla Läckberg quien con sus letras se esconde tras Erica Falck, su alter ego, para resolver las desapariciones de jóvenes en su natal Fjällbacka. Todos, salvo Läckberg, ganaron el prestigioso premio nacional de novela criminal, que se vio forzado a existir por la fascinación de sus autores con estos temas.
De esta forma, mientras los presidentes del planeta buscan la fórmula para emular la receta sueca de bienestar social, los suecos escapan del insoportable sopor de su existencia imaginando una Suecia violenta, sangrienta y peligrosa, protegidos por el poderoso blindaje de sus inofensivos libros.