Amylkar D. Acosta M.* | El Nuevo Siglo
Martes, 28 de Abril de 2015

UN LASTRE

La paz territorial

Colombia   arrastra con el lastre de un conflicto armado de más de medio siglo, que ha dejado tras de sí una larga estela de muerte y destrucción, con más de 7 millones de víctimas, mortales unas (más de 220 mil) y otras que han sido objeto del secuestro, el despojo, el desplazamiento forzado o del confinamiento, el ultraje y la tortura. Ello se ha constituido en un freno para su crecimiento, su desarrollo y progreso social.

Por mucho tiempo se ignoró olímpicamente la existencia misma del conflicto, lo que impidió encontrar vías para su solución; con un criterio miope y reduccionista se consideraba que en este país lo que existía era meramente una amenaza terrorista por parte de unas bandas armadas al margen de la Ley que había que reducir a la impotencia confrontándolas mediante el ejercicio legítimo de la violencia por parte del Estado. Lo cierto es que pasaron muchos gobiernos y muchas administraciones variopintas que se hicieron el propósito de ponerle fin a este conflicto, que hunde sus raíces en una realidad social y económica que le sirve de caldo de cultivo, sin lograrlo.

El presidente Juan Manuel Santos le dio un giro de 180 grados a la concepción que hasta entonces se tenía con respecto a la guerra y la paz por parte del Estado colombiano. Al reconocer la existencia del conflicto armado se abrió la posibilidad de encontrarle una salida negociada al mismo y se ha avanzado tanto por este camino, que puede decirse que nunca antes se había llegado tan lejos y nunca antes habíamos estado tan cerca del fin del fin de este conflicto. De allí la airada reacción de la opinión ante el aleve ataque en el Cauca que cobró la vida de 11 soldados, violando su propia declaratoria unilateral de alto el fuego.

Colombia es un país caracterizado por las grandes brechas económicas y sociales interregionales, a tal punto que muchos expertos no dudan en hablar de dos Colombias en la que una de ellas concentra los beneficios del crecimiento y del desarrollo y la otra que se encuentra excluida de los mismos. Por ello y por mucho tiempo los violentólogos atribuían a tales causas objetivas la espiral de violencia que ha asolado al país, al servirle a esta como catalizadoras y de justificación a los violentos.

El meridiano de la guerra ha pasado por el territorio y, desde luego, el meridiano de la paz también habrá de pasar por el territorio, de allí que se haya convertido en un lugar común hablar de la paz territorial. El acento de la política de paz, que pasa por la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas, debe estar en las regiones, que lejos de ser sujetos pasivos de la misma están llamadas a ser las grandes protagonistas de dicho proceso. Además de territorial, la paz debe ser incluyente.

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*Exministro de Minas y Energía