La carestía de los alimentos
El cambio climático, con sus fenómenos extremos de inundaciones y sequías por doquier y cuya mayor responsabilidad le cabe a la descuidada actividad humana, le está pasando factura a la agricultura y por ende a la producción de alimentos. Ello está incidiendo en la escasez de estos, así como en la espiral alcista de sus precios, lo cual redunda en que los sectores más vulnerables de la población, los pobres y los desempleados especialmente, se vean a gatas para acceder a los alimentos.
La preocupación es mayor porque los estragos del cambio climático y su incidencia en los precios de los alimentos se han encargado de acentuar la tendencia al alza de los mismos desde la Gran crisis de 2008. Como lo sentenció la revista The Economist, “hemos llegado al final de la era de la comida barata”, destacándose entre sus causas estructurales el aumento de la población y su mejora del ingreso, el impacto del cambio climático, la devaluación del dólar, el incremento de los costos de la energía, políticas erróneas de los gobiernos y la especulación en los mercados de futuros.
Recordemos que la seguridad alimentaria se puede ver afectada más que por la disponibilidad de los alimentos por el acceso a los mismos. Es cada día más evidente que la volatilidad y las persistentes alzas en los precios de los alimentos no obedecen propiamente a la escasez de éstos. El mundo hoy produce más alimentos per cápita que nunca, actualmente se produce el doble de alimentos de los que se necesitan para acabar con el hambre en el mundo. Esta escasez es sólo temporal y obedece a la actual coyuntura; pero, en general, podría afirmarse que hay suficientes alimentos para satisfacer las necesidades de todos, pero no la avaricia de unos pocos.
Por fortuna que, según los expertos del G-20, “la situación actual del mercado de productos agrícolas es preocupante, pero no hay ninguna amenaza que se cierna sobre la seguridad alimentaria a nivel mundial”. Eso sí, “el elevado nivel de los precios coloca a los países importadores de cereales en una situación delicada”. Es el caso de Colombia, que pasó de importar 700 mil toneladas de granos en los años 90 a 7 millones actualmente; 85% del maíz que se consume en Colombia es importado.