ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Diciembre de 2011

Yo no me llamo

Si “Yo no me llamo” fuera un concurso de televisión, seguramente Dmitri Medvedev estaría haciendo fila, formulario en mano, para asegurar su participación.  Porque si algo quisiera en este momento Dima -como le decían los rusos cuando lo querían-, es no llamarse Dmitri Medvedev, ni ser el presidente de Rusia, ni tener que lidiar con Putin, ni tener que leer los comentarios de sus seguidores en Facebook ni las réplicas a sus trinos en twitter en relación con los resultados de las elecciones parlamentarias de la semana pasada.

Esas elecciones no dejaron contento a nadie.  Ni a Putin, ya ungido como candidato presidencial de “Rusia Unida”, a pesar de haber conservado una holgada mayoría en la Duma; ni a los observadores electorales, cuya labor fue obstaculizada por las autoridades; ni a Hillary Clinton, que no tuvo reparos en cuestionar los comicios como si de la farsa electoral de cualquier república bananera se tratara; ni a los rusos.  Ni a los rusos que apoyan a Putin -en quien ven el restaurador de la dignidad nacional, y a quien alguna de esas sectas insólitas que sólo la espiritualidad eslava es capaz de producir considera la reencarnación de San Pablo-; ni a los que nunca han perdido la ilusión de que en Rusia sea posible algo distinto a la ortodoxia y la autocracia.

Para todos ellos, en cualquier caso, si hay alguien a quién señalar es a Medvedev.

Resulta fácil imaginarse a Putin reclamándole en privado por su negligencia, por su falta de cuidado a la hora de custodiar el legado: se trataba sólo de un interludio, de una pausa constitucional, de un hábil enroque destinado a permitir su retorno al despacho presidencial en el Kremlin, nuevamente triunfante. En público, en cambio, los que le reclaman son los rusos a los que la promesa de su juventud, de su formación, de sus credenciales liberales (según el parámetro ruso, claro está), han dejado frustrados.  Los rusos que exigen la revisión de los resultados, que lo llaman en Facebook “mentiroso patético” y que han salido a las calles en una movilización sin precedentes para reclamar elecciones honestas.

Por eso Medvedev no quisiera llamarse ahora Dmitri Medvedev.

Para fortuna suya, estos momentos no durarán para siempre. Puede que incluso, en el fondo, se sienta complacido. Tal vez siempre haya querido eso. Tal vez esa sea su forma de desquitarse, de saldar las cuentas con Putin: “Ahí te voy dejando tu Kremlin… yo me voy en 2012”.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales