Nada justifica el silencio
El estancamiento de la situación en Siria, el cual reseñó esta columna un par de semanas atrás, ha desembocado en una tragedia.
La imagen de las víctimas, y en particular, de una treintena de niños masacrados por fuerzas leales a Bashar al-Assad en la ciudad de Hula, ocupó ayer las portadas de los periódicos y abrió la emisión de los telediarios en todo el mundo. El diario inglés The Independent, por ejemplo, dedicó su primera página a un aviso titulado “Siria: el mundo mira para otro lado. ¿Y usted?”, en el que luego añadía: “Se supone, claro está, que hay un cese el fuego, que el brutal régimen de Assad simplemente ignora. ¿Y la comunidad internacional? Aparta la vista. ¿Hará usted lo mismo? O lo enfurecerá el escalofriante destino de estos niños inocentes?”.
Pareciera que no hay nadie más a quién apelar, sino a la sociedad civil global, ante la parálisis de las instituciones internacionales; la connivencia de algunas potencias y la franca complicidad de otras; ante la inocua gestión de Kofi Annan -convertido en idiota útil del mandamás de Damasco y en testaferro de los intereses del Kremlin-; y ante la incapacidad de la oposición misma para articularse y superar el faccionalismo.
Naturalmente, en cuestiones de política internacional no siempre es fácil encontrar un equilibrio entre lo deseable (o lo que a todas luces es ya una necesidad ética) y lo posible (en función de los recursos disponibles, los riesgos previsibles y el resultado probable). Tampoco es fácil balancear principios e intereses; reconciliar a Kant con Hobbes en un silogismo legal a la manera salmantina. Y por si fuera poco, el palo no está para cucharas: Afganistán, Irak, e incluso Libia, constituyen precedentes que unidos a la situación económica y política de aquellos Estados que podrían hacer algo en las presentes circunstancias, los inhiben de actuar antes que impulsarlos a hacerlo.
En cualquier caso, nada justifica el silencio. A estas alturas la responsabilidad de proteger a la población siria no es una alternativa sino un imperativo. La sociedad civil global debe plantar cara a la tragedia y hacer que la comunidad internacional deje de jugar a las charadas con Bashar al-Assad y sus esbirros. Por otro lado, esta es la ocasión propicia para que los nuevos jugadores de la política mundial ejerzan algún tipo de liderazgo, asuman responsabilidades, promuevan consensos, sienten posiciones.
Eso incluye a Colombia. O debería. A fin de cuentas, para eso se supone que está en el Consejo de Seguridad.
*Analista y profesor de Relaciones internacionales