Después de Al Assad
La suerte del régimen de Bashar al Assad en Siria está echada. No se sabe ni el día ni la hora, ni la forma en que va a suceder. Tal vez Al Assad corra igual suerte que Gadafi; acabe exhibido como trofeo, o entregado como víctima propiciatoria por quienes lo derroquen; o quizá termine exiliado y medio prófugo, lamentando no haber aceptado antes la generosa oferta de impunidad tranquila que le hicieron, meses atrás, algunas potencias. Lo cierto es que el régimen tiene los días contados. Lo saben en Washington, en Londres, y también en Moscú. Lo dan por sentado en Teherán, en Ankara, Beirut, Ammán, Tel Aviv y en Riad. Y por supuesto, nadie lo duda en Damasco.
¿Qué pasará el día después de la caída? Todos empiezan a pensar y a planear la transición, cada uno a su manera. Y a su gusto. Desde afuera, una pluralidad de intereses, no todos conciliables, entrará en juego a la hora de definir el futuro de Siria, y con él, no es una hipérbole, el de todo el Medio Oriente. En el interior, diversas facciones y grupos hacen sus propios cálculos: kurdos, cristianos, alauitas, sunitas, Hezbolá, baazistas y rebeldes. Incluso Al Qaeda contempla la situación con mirada expectante.
A muchos les preocupa que el país haga implosión, como Yugoslavia en los años 90. Podría generar una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles. A otros, un incontrolable flujo de refugiados cruzando fronteras en una región que no es sólo política, sino demográficamente volátil. A varios, mantener los privilegios de los que han gozado hasta ahora, gracias a su connivencia con el régimen moribundo. Unos cuantos se desvelan pensando en la suerte que podría correr el arsenal químico acumulado durante años por los Assad. Hay quienes quisieran aprovechar la ocasión para tomar la revancha y cobrar viejas deudas. Todos aspiran a que el nuevo orden traiga consigo una mejora de su estatus, ampliación de su influencia, una ventaja relativa sobre sus competidores. Todo lo anterior puede decirse, por igual, de los actores externos y de las fuerzas internas que catalizan día tras día los acontecimientos.
En semejante escenario, la probabilidad de que el drama sirio se agrave, en lugar de resolverse con la caída del régimen, es enorme. Así, la transición podría acabar conduciendo a una etapa nueva de violencia aún más letal, más indiscriminada, más masiva, más desbordada e incontrolable. Y Al Assad ya no estará ahí para echarle la culpa.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales