Desde hace dos décadas hay una regla cardinal de la política electoral colombiana: nunca subestimar el voto de Álvaro Uribe. Sólo habría que preguntarles a los organizadores de la fiesta para celebrar la inevitable victoria del Sí en octubre del 2016, quienes se quedaron “con las bombas listas” en el Salón Rojo del Hotel Tequendama.
Nunca antes, sin embargo, se encontraba Uribe a menos de un año de una contienda nacional con una imagen negativa del 73% (según Invamer), habiendo renunciado a un cargo público por causas judiciales. Ni cargaba el lastre de un gobierno que, además de débil e ineficaz, es el más impopular de la historia reciente. Tampoco tiene Uribe la excusa de que, como Juan Manuel Santos, lo haya traicionado Iván Duque, a quien “le falta autoridad”, según quien lo subió al poder. Para parafrasear a Oscar Wilde, escoger mal a un primer sucesor puede considerarse una desgracia; escogerlo mal por segunda vez parece descuido.
Regla hecha, regla infringida. Hoy pareciera que, en el 2022, “el que diga Uribe” no tendrá la misma fuerza que tuvo Duque en el 2018, Oscar Iván Zuluaga en el 2014 o Juan Manuel Santos en el 2010. Lo cual hace viable que el candidato con posibilidades reales de derrotar a Gustavo Petro ni siquiera salga del uribismo, sino de la consulta entre los exalcaldes de Bogotá, Medellín y Barranquilla.
Más allá del mal momento de Uribe, hay razones por las cuales el ganador entre Enrique Peñalosa, Federico Gutiérrez y Alejandro Char sería la opción acertada para la Colombia de hoy. Para empezar -y contrario al lugar común de la urgente necesidad de una reforma agraria- el país es predominantemente urbano, y su futuro está en las ciudades. Por otro lado, la ciudad es el escenario ideal para gobernar, donde es más factible generar hechos concretos de progreso para los ciudadanos. Quien haya ejecutado obras y realizado cambios positivos en una gran ciudad -especialmente en una metrópolis como Bogotá- puede mostrar logros que la mera retórica no reemplaza tan fácilmente.
En el caso de Petro, su legado como alcalde de Bogotá consiste en sus discursos desde el balcón del Palacio Liévano y haber causado una emergencia sanitaria sin necesidad. Es por ello que, para efectos del 2022 y el posible inicio de la era post-Uribe, Peñalosa es el anti-Petro: un candidato sin grandes habilidades retóricas, pero con un historial probado de logros en la capital del país.
Como escribe el empresario Sebastián Salazar, quien augura un triunfo del exalcalde, Peñalosa, “es mejor político de lo que le dan crédito”, tiene vocación de poder y es probable que se dispare en las encuestas si logra ganar la consulta contra sus aliados.
Dio los primeros pasos en los últimos días, cuando acertó al ofrecerle a Colombia un discurso de optimismo en medio de los tiempos más lúgubres en décadas. También al defender a ultranza la economía de mercado, la única herramienta para sacar al país de la pobreza.