Hipólito Hincapié, maestro y guía
Toda una vida, un hermoso periplo humano al servicio de la noble causa de informar con veracidad imparcial, distinguieron a este antioqueño, autenticado bogotano que hace poco entregamos a la eternidad.
Hipólito Hincapié, paisano de ese gran espécimen humano que fue y es el universal Porfirio Barba Jacob, prez y honra de la poesía desgarrada, nació en Santa Rosa de Osos, tierra antioqueña y desde temprana edad descubrió su vocación de periodista. Los diarios y la radio de la creciente y pujante Medellín gozaron del privilegio de sus escritos denuncia o edificación de su partido político, al que siempre sirvió enalteciéndolo con su pluma de erguido combatiente con ideas propias.
Lió bártulos tempranos de su tierruca para sentar sus penates en la Bogotá de los años 40. Progresó en sus ambiciones personales y profesionales. Jefe de un hogar signado por las más severas disciplinas cristianas pronto vio coronados sus sueños con el advenimiento de los hijos a los lares familiares. “Polo” sobresalió en la incipiente radio de esos días de verdadero periodismo. Apostolado que le significó reconocimientos de empresas e instituciones vinculadas al hermoso ejercicio de la noticia.
Lo encontramos años después en La República que para entonces era el “diario de los hombres de trabajo”. Saltó a la empresa editorial, fue director de organizaciones de libros, incursionó en el servicio público y desempeñó la Secretaría de Gobierno de Bogotá en el gobierno del cofrade Alfonso Palacio Rudas. Y “no tragó entero” al poner en marcha sus ideas sobre vida nocturna y ordenamiento en la venta de licores en la ciudad y sus medidas sobre lo que hoy llaman los extravagantes funcionarios modernos “movilidad”.
Más adelante con los años lo encontramos en El Nuevo Siglo, donde hizo populares y célebres sus “Poli-notas”, una columna política que escribía casi a diario, sin el temblor del corazón y poseído de su verdad para decir certezas sobre el acontecer de hombres, ciudades y nación. Fiel a sus principios ideológicos, orientó en no pocas ocasiones a su colectividad. Fue un consejero “ad honorem” de su partido a cambio de nada que no fuera ingratitud de hombres, dirigentes e instituciones.
Hipólito Hincapié fue el amigo, el contertulio de inolvidables tardes y noches en el “Café Automático”, cuna de la intelectualidad nacional y bogotana. Luego trasladó hasta sus últimos días, su frágil envoltura corporal al restaurante español “Las Flores” de Ismael Cañizo, donde reunía lo más selecto de la tertulia pensante, lejos de la estridencia de los mediocres. Supo rodearse de amigos inquietos en las disciplinas del leer y del saber. El vino espirituoso siempre supo a gloria a su lado, gracias a su mano dadivosa. Estaba al tanto de las noticias, de los rumores políticos, del movimiento oficial en la casa de gobierno, de las “metidas de patas y manos” de no pocos golfos y vanidosos señoritos de la nómina oficial. Fue una biblia en el acaecer político que confiaba a sus compañeros de mesa, agregando el condimento de su humor picante e intencionado, para despertar susceptibilidades.
Llenaríamos cuartillas sin fin para colectar el anecdotario de Hipólito Hincapié, periodista de verdad, de la “Vieja Guardia”, cuando era honorífico ser informador.
Quede por ahora el testimonio de nuestra admiración al colega que viajó a lo desconocido. A sus hijos, el estremecido abrazo del corazón con toda la hermana solidaridad de nuestro sincero dolor.