China ajusta sus estrategias ante el cambio presidencial en EE.UU. | El Nuevo Siglo
EL PRESIDENTE de China, Xi Jinping, espera una relación con Estados Unidos basada en el respeto mutuo. Tiene desafíos y perspectivas con Donald Trump en el poder./Archivo AFP
Domingo, 24 de Noviembre de 2024
Giovanni Reyes

De manera creciente, la influencia de China en las condiciones de la geopolítica y la economía mundial se hace más evidente. Dos datos en este sentido. Primero el gran tamaño de su economía, sólo comparable con Estados Unidos y la Unión Europea. Segundo, no sólo su posición como mayor exportador mundial, con cerca de 14% del total, sino también su contribución estratégica en función de productos de alta tecnología.

Véase como China es un gran competidor en la fabricación de autos eléctricos. A tal punto que Europa y Estados Unidos -aún con Joe Biden en la Oficina Oval- han colocado aranceles. De nuevo, muchos países desarrollados limitan la competencia cuando les es adversa, situación similar a la observada con relación a los productos agrícolas provenientes de Latinoamérica.

De manera más inmediata, uno de los rasgos más notables en la actual coyuntura, a casi dos meses de que tome posesión el republicano Donald Trump en Washington, radica en lo impredecible de la nueva administración estadounidense.  Es muy difícil identificar medidas concretas que llevaría a cabo el nuevo ocupante de la Casa Blanca; existe una perspectiva incierta sobre políticas y disposiciones a partir de enero de 2025.

Sin embargo, hay indicios. Uno de ellos, muy sobresaliente, es lo que sería la profundización, la continuidad como mínimo, de la confrontación con China. Este rasgo se evidencia más como una política de Estado. Pareciera ir más allá de posiciones partidistas, de gobiernos estadounidenses moviéndose en la coyuntura.

Es evidente que existe un consenso en Washington en función de enfrentar, de detener a la potencia asiática. En función de ello se encaminan varias medidas, ya sea que las mismas pertenezcan a los ámbitos tecnológicos, económicos o bien geoestratégicos. Es a partir de allí en donde se concretan las situaciones -por momentos tensas- de Taiwán, guerras comerciales y posiciones en el Mar Meridional de China.

Es de recordar en este punto, que buena parte de los discursos de campaña del mandatario electo Trump, se centraron en la perspectiva anti china. Ese fue un aderezo importante del menú populista que muchas veces se implementa: (i) encontrar uno o varios enemigos; (ii) propiciar el odio hacia ellos; (iii) achacar a esas enemistades todos los males; y (iv) presentarse como un salvador, más con consignas emotivas que con preparación, capacidad ejecutiva y propuestas concretas. l respecto véase con más detalle, la obra de Moisés Naím, “La Revancha de los Poderosos” (Debate, 2022).

No sería la primera vez que esta estrategia se lleva a cabo con China. Recuérdese la situación de inculpaciones de la pandemia del covid-19 a partir del descubrimiento del virus en noviembre de 2019. Otros puntos de discordia han sido las medidas proteccionistas y los regímenes cambiarios en términos de las monedas de ambos países.

Estas relaciones controversiales se dan en un contexto donde China va dando un giro importante en su estrategia esencial de política económica. Se está pasando de un desarrollo basado en exportaciones, a medidas de bienestar que se fundamenten más en la ampliación y fortalecimiento del mercado interno. Esto debe colocarse en la óptica de que China es una locomotora de crecimiento económico mundial y que sus papeles de exportador e importador planetario son vitales para los sistemas mundiales de la actual globalización.

En estos momentos, a dos meses de la posesión de Trump, la estrategia del futuro gobierno norteamericano parece clara en el sentido de manifestar una imagen negativa de China, a la vez que, con esa justificación se maniobra en lo interno de Estados Unidos. Estas maniobras estarían desembocando en elevar los aranceles a la potencia asiática y a otras naciones.

De hecho, en algunas entrevistas, el próximo presidente ha dicho que elevará los impuestos a las importaciones entre un 10% a un 20%. Para China, estos números, dependiendo de los mercados específicos, podrían ascender incluso al 60%. El caso de los autos eléctricos -productos muy competitivos- originados en China, sería una situación premonitoria.

Una de las dificultades de estas medidas es la sostenibilidad de las mismas. Los aranceles pueden proteger la ineficiencia de industrias locales, pero a la vez tienden a elevar los precios de productos que, sin los aranceles en referencia, podrían ser más competitivos. Son los competidores quienes en verdad estarían subsidiando ineficiencias de producción.

En todo caso, no se trata de protecciones eternas. Se pueden establecer mecanismos de “industria infantil” haciendo que las protecciones arancelarias vayan disminuyendo con el tiempo. Esta política industrial tuvo un ejemplo bastante claro y exitoso en la fabricación y distribución de motos Harley-Davidson.

Por el momento, Estados Unidos no estaría deseando regresar a una relación normal con la potencia oriental. Es más, Trump podría seguir colocando más aranceles a empresas claves, que tienen vital efecto multiplicador en otras ramas de la producción estadounidense. Ese ha sido el caso de empresas del sector tecnológico, tales como Huawei o TikTok.  Se trataría al menos de intentar el avance tecnológico chino. Una intención a mayor largo plazo podría ser el desestimular a empresas a continuar su producción en dominios chinos.

En medio de estas dinámicas, varias conclusiones. China trata de consolidar sus posiciones estratégicas con nexos de inversión y cooperación sur-sur. La dinámica del grupo Brics se incluiría en esta perspectiva. Por otra parte, la hostilidad hacia China, por parte de Washington, no es algo tan pasajero. Los problemas pueden agravarse ante el papel que Trump pueda jugar con una política de intensas hostilidades.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario