En mi columna de la semana pasada dije que el confinamiento por la pandemia es una oportunidad para reflexionar no solamente como individuos y familia, sino como nación y miembros de la aldea global sobre lo que hemos hecho y cómo nos portamos y lo que debemos hacer cuando salgamos de ésta. Darnos cuenta de que todos dependemos de todos y que en nuestro país hay mucha pobreza, a pesar de lo cual hay gente que trata de aprovechar las circunstancias para embolsarse mal dinero.
En el Gólgota había tres crucificados: Gestas el malo que increpaba a Cristo, Dimas el bueno a quien Jesús le prometió la gloria ese mismo día y, por supuesto, en medio, el que el poeta llamó “el robador de corazones”. Esa escena nos sirve muy bien para moderar el optimismo: Estoy seguro de que de estas circunstancias surgirán cambios para el bien de la humanidad, pero también que hay gentes que no van a cambiar. Y me refiero a tipos como el que le tosió en la cara a una empleada en el aeropuerto, al aumento de la violencia intrafamiliar y a los ataques de las disidencias de las Farc en pleno confinamiento y Semana Santa, sin excluir los casos de corrupción para apropiarse de los auxilios o robarse el dinero de la alimentación escolar, todo lo cual debe ser castigado severamente.
El Gobierno ha tomado unas decisiones importantes, como aquellas que van enderezadas a aliviar la situación de los que viven del diario en la calle con el suministro de mercados, las enderezadas a que las empresas puedan conservar a sus empleados, las que permiten el retiro de las cesantías y las devoluciones de las Cajas de Compensación, la protección de los trabajadores de la salud, las ayudas para deportistas y emprendedores etc.
Nada de esto evita, sin embargo, que se afecte la economía y que el Gobierno deba pensar en los efectos que la pandemia va a tener en el país. Medidas relativas a bajar las tasas de interés, que para los pobres llegan a la usura, y la campaña de “compra colombiano” debería ser permanentes. La balanza cambiaria está desbalanceada y se siguen importando bienes lujosos que no se afectan con la tasa de cambio y la deuda pública va a alcanzar pronto el 50% del PIB. Mucho se ha hecho para bajar la pobreza, pero todavía hay ricos demasiado ricos y pobres demasiado pobres.
La emergencia debería aprovecharse para resolver el problema del hacinamiento carcelario, no con paliativos ni sacando los delincuentes a la calle sino regresando a las colonias penales que contemplaba el Decreto 0014 de 1955. Y, por supuesto, el problema de la salud sacando tanto ladrón y fortaleciendo las EPS e IPS serias, mejorando los hospitales y extendiendo la cobertura sanitaria por todo el país. También para continuar mejorando la infraestructura, pero también dotando a tanta gente de agua potable, energía e internet.
La naturaleza se ha encargado de mostrarnos cuánto la afectamos los seres humanos. Desde que yo estaba chiquito no se veían desde Bogotá los nevados -Ruiz, Tolima y Santa Isabel- por la contaminación generada por los motores de combustión. Va siendo hora de prohibir la venta de taxis y buses que no sean eléctricos y también ¿por qué no? para seguir el ejemplo de Noruega y otros países europeos y fijar una fecha no lejana para que se prohíba la circulación de vehículos que usen combustibles fósiles.
En fin, hay que procurar que haya más Dimas y eliminar a los Gestas, poniéndolos a buen recaudo.