Al cumplirse el primer aniversario de la guerra en Ucrania Jürgen Habermas escribió en un artículo que “se trata de negociar en el buen momento, a fin de impedir que la guerra se prolongue y cueste aún más vidas humanas y destrucciones”, una opinión razonable y respetable coincidente con otras en la misma dirección. Pero las últimas posturas y decisiones de los presidentes Biden, Putin e incluso Macron nos muestran la cruda realidad de que los factores emocionales del poder político influyen más que la razón, por lo que ese “buen momento” se observa remoto.
Es que en las guerras la razón es frágil ante las impetuosas corrientes de la emoción. Rusia, no solo Putin, cree estar combatiendo una peculiar “guerra santa” bendecida por la jerarquía ortodoxa, y ceder territorios que formaron parte del origen y la historia de ese país sería una “traición a la patria”, algo por lo que Putin no querría pasar a la historia. A su turno Ucrania defiende heroicamente su soberanía y aspira volver a las fronteras establecidas tras la desintegración de la Unión Soviética en 1991.
No hay potencia extranjera que pueda presionar a Rusia, pero tampoco europeos y norteamericanos son capaces de presionar a ucranianos para que cedan ante los rusos. Por el contrario, Ucrania tiene el convencimiento de que, con los apoyos de la Otan, es posible vencer a Rusia. Por tanto, ninguno de los contendientes directos habla hoy de negociaciones de igual a igual que conduzcan a la paz. Evidentemente la Rusia de Putin no puede considerar igual a un país del que ha negado en varias ocasiones su existencia, y en el mejor de los casos solo aceptaría como territorio no ruso la Ucrania occidental, que otrora perteneció al Imperio austrohúngaro y a Polonia.
Pero muchos analistas coinciden en que cuanto más se prolongue la guerra, más difícil será establecer negociaciones. Sin embargo, la historia muestra que esto no siempre es así. Las pérdidas humanas y económicas, añadidas al cansancio físico y psicológico, pueden contribuir a un armisticio, aunque esta figura no sea sinónimo de paz. Lo mejor sería negociar ahora, pero nadie negocia si no es buscando una victoria “moral” o al menos una victoria de “imagen” que calmaría las emociones de su pueblo.
Otra postura que, por su peso en los intercambios político-estratégicos, llamó la atención fue la intervención del presidente Macron en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Los medios han destacado, entre otros términos, los siguientes: “Rusia no puede ni debe de ganar esta guerra”; “Rusia no ha asimilado la caída del Imperio soviético”. ¿Cambió Macron su postura de no querer humillar a Rusia e incluso darle garantías de seguridad?
Algunos analistas franceses acusan a Macron de apartarse de la tradición gaullista de buenas relaciones y de confluencia estratégica con Rusia, que se inició con el tratado franco-soviético de 1944, firmado poco antes de la conferencia de Yalta, a la que no fue invitado Charles De Gaulle. Pero si Macron no hubiera hecho afirmaciones expresas de apoyo a Ucrania, Francia se habría quedado sola entre los aliados occidentales. De cualquier manera, Macron no defiende una derrota de Ucrania, pero claramente tampoco desea una derrota de Rusia.
El presidente francés insistió en que una paz duradera y completa en el continente europeo no puede prescindir de la situación en Rusia, lo cual es cierto, aunque posiblemente se levantaría una nueva “cortina de hierro”, menos asfixiante que la anterior. Tal podría ser el desenlace de unas negociaciones que conduzcan no por ahora a la paz, pero sí a un armisticio.