Continuando este repaso de los mensajes del Papa Francisco en su reciente visita a Colombia, destacando enseñanzas más salientes para convertirlas en vida, nos acercamos a la magistral alocución ante Episcopado de Colombia, después de su fervoroso saludo a Ntra. Sra. de Chiquinquirá, Reina de este católico País. Agradeció a los Obispos la gran labor realizada al servicio del pueblo de Dios, poniendo de presente que nunca se puede pensar en algo completamente realizado, en región de tanta riqueza humana y natural, llevándola adelante con la alegría siempre juvenil del Evangelio.
Rememoró el paso por Colombia de sus eximios Predecesores, que invitaron a la aplicación denodada del Vaticano II, e hizo presente la bondad infinita de Dios, “exiliado de sí mismo por amor”, en un mundo inicialmente sumido en caos y tinieblas (Gen. 1,2-4), con envío de su Hijo, dando el primer paso hacia una humanidad pecadora . Para continuar esa obra divina, están los Obispos que deben “mendigar”, en la oración, para que tengan algo qué ofrecer a sus fieles, y “no enmudezcan” la voz de Quien los ha llamado a proclamar su mensaje, y hacer sentir esa bondad divina, en sus enseñanzas, como principal deber de Pastores. Precisa: “No se midan con el metro de quienes quisieran que fueran solo una casta de funcionarios plegados a la dictadura presente”.
Avanza en recomendaciones para estar a la altura de su misión, pidiendo a los Prelados “preservar la singularidad de sus diversas y legitimas fuerzas”, propiciando sí la “comunión fraterna”. Agrega: “No se cansen de construir esa unidad a través de diálogo franco y fraterno, condenando, como pestes, las agendas encubiertas”. Pide anticiparse en la disposición de “comprender las razones del otro”. Insiste en la labor conjunta de las Provincias Eclesiásticas, y al no contentarse con mediocres compromisos.
Pasó a invitar a “no tener miedo de tocar la carne herida de la propia historia y de la gente”, empezando a dar pasos en la “abolición de la violencia”, construyendo, de esa manera, la perseverante consolidación de la “res publica”. Advierte que será “tarea ardua e irrenunciable”, que ha de realizarse de lo alto de la cruz de Jesús. Conociendo la deformación del rostro del país, hay que buscar llevarlo a un rostro evangélico, con ánimo decidido, “hospedándolo en la humildad”, y “sin miedo de migrar de aparentes certezas”. Precisa que “los Obispos no son técnicos, ni políticos sino Pastores de Cristo, que es Palabra de reconciliación y paz”.
Habla del derecho de Colombia a ser interpretada por la verdad de Dios, que reclama, a cada cual, por la suerte de su hermano (Gen. 4,9), con servicio concreto no a un concepto sino a la realidad de cada hombre. En ese servicio el Pastor tiene qué ejercer “la eficaz maternidad de la Iglesia”, que, siendo fiel a su misión, no puede quedarse en “comodona neutralidad “, sino con autononomìa y valor para inquietar, sin entregarse a la alianza con una u otra parte en disputa, sino, con libertad, hablar a los corazones de todos. Ante problemas concretos como enfrentamientos violentos, corrupción, droga y narcotráfico, que llevan a los jóvenes a “vicios del alma”, insiste, el Papa, en no plegarse pero obrar con serenidad y gran amor, porque “cuando el amor es reducido es cuando viene el desbordamiento de la impaciencia”.
La última parte de esta amplia alocución, la dedicó el Papa a llamados concretos a la misión de los Obispos, como cercanía pastoral a sus Sacerdotes y crear en ellos ideales altos por encima de acomodamientos y ambiciones de prestigio humano. Llama la atención aprovechar la riqueza de los que han asumido la vida consagrada, y a procurar la formación de laicos, que, en sus ambientes, presten labor su labor con todas estas enseñanzas y las que seguirá dando. Todo lo coloca bajo la protección de Ntra. Sra. Reina de Colombia. (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón