Después de su amplia alocución al Episcopado Colombiano, cuyo contenido amerita detenida reflexión de toda la comunidad eclesial, pasó el Papa, a otra reflexión, cuidadosamente preparada, para el Comité Directivo del Celam, y algunos Obispos más representativos del Continente. No podía menos de evocar enseñanzas dadas en el documento fruto este Episcopado en Aparecida, Brasil, en cuya elaboración el hoy Papa tomó tan grande participación (2017), en el que trazaron líneas pastorales muy apropiadas. Resaltó, de entrada, la importancia de las labores eclesiales adelantadas en Diócesis y Provincias Eclesiásticas, a la vez que la labor misionera, permanente, a llevar a cabo bajo el título de “Misión Continental”.
Aludió, el Papa, a las tentaciones, todavía presentes, de “la ideologización del mensajes evangélico”, y del “funcionalismo y clericalismo” que limitan la fuerza salvadora del Evangelio. Insistió en que no se trata de un vago llamado del Padre por medio de su Hijo sino transmisión de las mismas intimidades divinas, para abrir paso a una discipulado misionero, como “permanente salir con Jesús”, para hacerlo conocer y vivir su mensaje. Esto reclama la permanente cercanía del Pastor a Dios, fuente de su libertad y fuerza del corazón. De allí la necesidad de estar siempre en encuentro con Cristo, alimentado en la oración.
Ese ambiente de recogimiento espiritual no ha de llevar a desánimo ante múltiples frentes de acción y dificultades sino a decisión de un permanente “salir con Jesús” en misión a toda América Latina, con una Iglesia en estado de misión, en tarea “cuerpo a cuerpo” con todas las gente. Tres calificativos, que significan empeños constantes, da el Papa al estilo de Iglesia que se necesita: “ser sacramento de unidad”, “sacramento de esperanza”: “con rostro joven”; que se perciba el “rostro femenino”; que pase a través del corazón, mente y brazos de los “laicos”. Insiste en la formación de un laicado cristiano activo en una democracia política y social. En esta Iglesia, en todos sus estamentos, tenemos que “actuar con pasión”, al estilo de grandes apóstoles como Sto. Toribio de Mogrovejo.
Pasando a la sentida alocución del Santo Padre en la “oración por la reconciliación nacional”, en Villavicencio, después de la Beatificación de un Obispo y un Párroco victimas del odio a la fe, encontramos que expresó su gran anhelo de llegar a ese momento para propiciar gestos heroicos de perdón, con anhelo de superar, definitivamente, los largos años en los que se ha regado nuestra tierra con sangre de miles de víctimas. La imagen doliente del Cristo de Bojayá, fue mirada con íntima pena y poniendo en sus labios el clamor de cese a más crímenes, fruto de odio no cicatrizado y de falta de sincero dolor de haberlos cometido, y decididos propósitos de no volver a ellos. “No se puede vivir de rencor, solo el amor libera y construye”, concluía el Papa. Señalaba qué hay que reconocer los crímenes, no gloriarse de ellos, asumir la “verdad que es compañera inseparable la justicia y la misericordia”.
En su despedida, en Cartagena, agradeció la gran acogida en Colombia, en esos “días intensos y hermosos”, con invitación a “no quedarnos parados” y continuar la tarea caritativa y evangelizadora iniciada por S. Pedro Claver entre nosotros. En la audiencia general, apenas llegado a Roma, agradecía a todo el pueblo colombiano su acogida y el testimonio de anhelo de reconciliación, tratando de unir esfuerzos no cerrados sino abiertos hacia todos lo que quieren ser, de verdad, artífices de paz, viviendo los mensajes que dijo en sus paternas exhortaciones. Concluyó señalando que la paz anhelada se funda en corazones realmente arrepentidos de cuanto ha sido causa de tanta destrucción, y que “ella se funda sobre la sangre de testigos del amor, de la verdad, de la justicia y de la fe”.
, *Obispo Emérito de Garzón