Cambio de jugada | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Octubre de 2021

Tener un horizonte existencial cada vez más claro es fundamental para no enredarnos en la separación y la confrontación, que nos venden en los deportes de competencia, los realities y todo lo que implica relaciones ganar-perder.

Como el patriarcado imperante desde hace más de seis mil años nos ha enseñado a luchar, tendemos a creer que la pelea es connatural a la vida humana.  Ese comportamiento es natural en los animales: cazan lo necesario para comer, defienden sus territorios y no atacan a menos que se sientan amenazados.  Las personas, a diferencia de los animales, tenemos una chispa divina que nos permite tener otros comportamientos, que no necesariamente son de guerra.  Llevamos milenios naturalizando la violencia, la guerra, así como unos cientos de años creyendo que somos los animales superiores en la escala evolutiva: desde la modernidad el ser humano es concebido como el amo de la naturaleza, guerrero y luchador.  Son los valores imperantes.

A medida que tenemos mayores comprensiones espirituales, podemos reconocer que lo connatural a la especie humana es el amor y la solidaridad, que por momentos se nos extravían en el furor de las guerras.  Peleamos contra lo que no nos gusta, en actos culturalmente aprendidos, fomentados desde el vientre materno.  También podemos aprender la unidad: muestra de ello es la filosofía africana Ubuntu, en la cual los valores éticos que priman son los de compasión y solidaridad: yo soy porque somos. Desde esta máxima, que fomenta la conexión con la totalidad, podemos hacer nuestro lo que le ocurre al otro, si bien sentir exactamente lo mismo es imposible.  Es el reconocimiento de las individualidades como partes de una totalidad mayor de la cual hacemos parte.  Si alguien se afecta, todos estamos afectados.  De esta compresión de la totalidad es de lo que nos separa el pensamiento moderno, que para entender los fenómenos de la vida separa y segmenta, sin volver a unir. Es el análisis sin síntesis.

Esa separación nos mantiene en las guerras.  Evidentemente, hay intereses personales y corporativos a los que les favorece la segmentación. La frase divide y reinarás no es simple retórica, sino una práctica que en efecto es poderosa. Si recuperamos nuestra consciencia de totalidad, si estamos alerta ante las señales de separación, dejaremos de distraernos con los conflictos, que se resuelven más fácilmente si nos concebimos con partes de un todo, si reconocemos que si alguien es excluido es todo el sistema el que se resiente. Al sabernos complementos en la totalidad, nos cuidamos unos a otros, nos abrazamos e incluimos. Al estar atentos, nos daremos cuenta del juego inconsciente de la separación, para cambiar la jugada hacia la solidaridad, la compasión y el amor incondicional.