Carlos Alberto Estefan Upegui | El Nuevo Siglo
Martes, 9 de Febrero de 2016

¿SERÁ POSIBLE?

La integridad y el nuevo país

“Honestidad se ha convertido en un recurso escaso”

 

La conducta de las personas depende de muchos factores  y circunstancias, según el caso.

 

Sin embargo,  tratándose de determinar si ésta es buena o mala, la estructura moral  de cada quien es fundamental.

 

Como son también fundamentales sus costumbres y el ambiente social en el que se desenvuelva. Se es de buena conducta y confiable de manera permanente, cuando se es gente de bien.

 

Sujeto además, a toda prueba en cada uno de los episodios de su vida. Pero se es o no se es.

 

No existe término medio. Por supuesto, la reconciliación que además obliga al perdón y olvido debe incluir confianza y compromiso entre las partes.

 

Y solo así, con esa verticalidad inequívoca e inmodificable, podría entenderse  la firma de los acuerdos de paz. Lo que caracteriza a la gente de bien es distinto de lo que se conoce como "gente de plata", porque se refiere a su forma de ser, con o sin ella.

 

Por eso una persona acaudalada puede no ser gente bien y de manera contraria, una persona humilde igualmente puede serlo.

 

Lo que está por verse es si quien no ha sido de conducta ejemplar, como sucede con los alzados en armas, pudiesen algún día  llegar a ser gente creíble, gente de bien.

 

Por supuesto, los hay de todas  las clases y condiciones. Esa es la gran incertidumbre.

 

Pero el problema no está ahí solamente. La descomposición social, económica y política de este país, donde la corrupción se volvió pan de cada día, invadiendo instituciones tanto del Estado como de la Sociedad Civil, es un hecho.

 

Así las cosas,  la honestidad se ha convertido en un recurso escaso, cuando debería ser el patrón normal en la forma de ser de las personas.

 

El problema es social  y viene de cuna. Desde la misma familia; del ejemplo de los mayores; de la escala de valores que allí se les inculca a los hijos y hasta del mismo lenguaje que se utilice.

 

Entre tanto,  la honestidad es solo una parte; hay que ir más allá. Colombia y el mundo necesitan personas integras y que actúen  siempre correctamente, incluso cuando nadie los esté viendo.

 

Que estén convencidas de sus decisiones  y posean la firmeza necesaria para sustentarlas, porque así se los dicta su conciencia.

 

El que hace siempre lo correcto, sin afectar a los demás. Ser la persona en quien se pueda confiar; que además de honesta sea responsable, que haga las cosas bien; sincero, respetuoso y justo.

 

Que no mienta y cumpla lo que promete. Que no tenga "rabo de paja" o cola que le pisen.

 

Por eso, más que leyes y  reformas a la justicia o a la política, Colombia reclama con urgencia ciudadanos de bien,  gobernantes realmente íntegros.

 

Porque siendo íntegros, ni la guerra se hubiese presentado y es ahora con mayores veras, que la integridad se convierte en el factor fundamental para garantizar los acuerdos de paz entre cada una de las partes.

 

¿Será posible?

Personas íntegras en la política, en  los estamentos de la justicia, en los organismos de control, pero  sobre todo, en la construcción de un nuevo país.