CARLOS ALFONSO VELÁSQUEZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 9 de Junio de 2013

Superando a mayo del 68         

Recientemente  Gabriel Silva escribió en El Tiempo su columna titulada “Prohibido prohibir” en la que, añorando la revitalización de los eslóganes de aquella movilización de mayo del 68 en Francia, analizó lo que denominó “el autoritarismo ponzoñoso” que  “se impone impunemente sobre la libertad de los individuos en aras de un supuesto y subjetivo bien común”.

            Pues bien, pese a su buena argumentación alrededor del inaceptable control de nuestras vidas por parte de las autoridades estatales, Silva soslayó un aspecto más de fondo: detrás de ese exceso de intromisión en la libertad de las personas, está “el individualismo libertario”, el mismo que detonó en aquel mayo.

            ¿Por qué? Resumiendo, porque esa “filosofía” tiende a ser análoga a la figura del “perro mordiéndose la cola” alrededor del “yo”, dejando de lado una verdad de a puño: el ser humano es social por naturaleza, lo que, entre otras, implica que el camino de su plenitud está en el darse a los demás, empezando por los de su familia. Y como el “yo” se expande tratando de ocupar el espacio de lo que podemos catalogar como la responsabilidad social de cada quien, el Estado ha venido compitiendo con ese “yo” para que la vida en sociedad sea menos desierta. No es la solución al problema pero así está sucediendo y Silva lo describe desde su óptica anti-autoritaria.

            Una óptica más completa es la que vuelve a aspectos esenciales de la naturaleza humana como  está ocurriendo en París, donde se están observando movimientos tendentes a superar ese “prohibido prohibir”. Así, el 26 de mayo se celebró una nueva “manif por tous”, frase acuñada contra el “mariage por tous”, que ha transformado radicalmente el concepto de matrimonio en el famoso Código de Napoleón, abriéndolo a parejas del mismo sexo. Las cifras no coinciden, pero asombran: más de un millón según los organizadores, 150.000 según la policía. En todo caso fue una demostración de fuerza política de los “anti-mariage gay” cuya presencia multitudinaria se avalora si se tiene en cuenta que la ley está ya rigiendo.

            Era inimaginable que en Francia se produjera un rechazo tan amplio a un proyecto que pretende apelar a la igualdad y la libertad. Lógicamente, los partidos mayoritarios dieron mucha importancia política al evento, aunque los organizadores insistieron en que su propósito es estrictamente social y familiar. El ministro del interior llegó a desaconsejar a la gente que acudieran con sus hijos, por razones de orden público: en el fondo, molestan mucho las imágenes de familias amplias, alegres, que defienden con buen humor unos modos de vida que no coinciden con los que pretende imponer la cultura dominante.

            Si algunos principios de aquella gran revuelta en la Francia del general De Gaulle siguen informando hoy las políticas de partidos de izquierda, las diversas “manif pour tous” han desvelado la existencia de una franja amplia de gente joven que se opone a ese individualismo radical, que está en el origen de otras muchas injusticias.