Cómo no recordar ese primer día de colegio, en los Sagrados Corazones, cuando, al llegar al aula, la hermana Ana María te regala una estampa de santo Dominguito Savio.
“... Santo Domingo Savio le ofrecía a María todos sus sufrimientos. Cuando san Juan Bosco le enseñó que la santidad supone estar siempre alegres, abrió su corazón a una alegría contagiosa. Procuraba estar cerca de sus compañeros más marginados y enfermos. Murió en 1857 a los catorce años, diciendo: ¡Qué maravilla estoy viendo! ”.
Cómo olvidar ese bullicio de La Salle cuando te abriste a un mundo nuevo, lleno de pasiones y misterios, para quedarte, un buen día, mirando al cielo, dialogando con Él hasta sellar una alianza imperecedera, imperturbable.
Mientras hay jóvenes que “... se cansan y se fatigan” (Is 40, 30), a los que esperan confiados en el Señor “Él les renovará las fuerzas, subirán con alas de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40, 31).
Cómo ignorar ese primer encuentro con la realidad violenta, con las amenazas y el uso de la fuerza para doblegar conciencias mediante el terror, el secuestro cercano, la intimidación o la manipulación ideológica sobre la conciencia juvenil.
Entonces, hay que tener siempre presente al cardenal Francisco Javier Nguyên Van Thuân porque “... cuando lo encerraron en un campo de concentración, no quiso que sus días consistieran sólo en esperar y esperar un futuro. Su opción fue vivir el momento presente colmándolo de amor”; y el modo como lo practicaba era: “Aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para realizar acciones ordinarias de manera extraordinaria”.
Después, cuando resultas elegido por la voluntad fraterna de viejos amigos, sientes a esa autoridad superior guiando tus primeros pasos por la vida pública mientras recorres con energía los pasillos de las Facultades Eclesiásticas y te comprometes, en la intimidad, poniéndote a su servicio para siempre.
“... La amistad con Jesús es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces parece que hace silencio. Cuando lo necesitamos, se deja encontrar por nosotros (Jr 29, 14 y está a nuestro lado por donde vayamos (Jos 1, 9). Porque Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide que no lo abandonemos: “Permanezcan unidos a mí” (Jn 15, 4). Pero si nos alejamos, “Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo (2 Tm 2, 13)”.
Por eso, cuando repiensas lo que fue tu juventud y repasas cada tramo del sendero, te encuentras con la Exhortación Apostólica “Cristo Vive” y, de la mano de Francisco, el Misericordioso, revives con toda intensidad el compromiso original y te dejas llevar por la triple promesa: Él vive en ti ; Él te ama ; Él te salva.