En estos días que invitan a la reflexión no sobra buscar personalidades del pasado, de generaciones viejas, se diría, para establecer en qué hemos mejorado o en qué es notorio un deterioro. Cuando pululan programas de enseñanza sobre liderazgo y cuando nos lamentamos de la ausencia de líderes, mirar -así sea superficialmente- descripciones como la que hace un sobresaliente dirigente de otra gran personalidad es una oportunidad que no se debe subestimar.
Dos personalidades que simbolizaron virtudes muy características de sus sociedades, Gran Bretaña y Francia. Hombres públicos con gran determinación y dedicación a lo que se proponían. Defensores inigualables de sus países y dueños de una capacidad oratoria admirable. A tal punto que decían sus colegas en la asamblea francesa que le temían a tres armas de Clemenceau: su espada, su pistola y su oratoria. Y con razón porque destrozó no solamente la imagen y la vida política de personalidades no muy sobresalientes sino también la de figuras ya justamente consagradas y valoradas. Implacable.
Churchill debería tener mucha curiosidad por el que seguramente consideraba como un competidor, pero tenía claridad en que su amigo francés obraba según un principio que alguna vez un padre le dio a su hijo en una carta: "todos los principios son igualmente ciertos o igualmente falsos, todo depende de las circunstancias"
Churchill utilizaba el humor en sus discursos y aprovechaba muy bien el estilo coloquial de los debates en el parlamento británico. Y era formidable. Pero creo que obro siempre dentro de un marco respetuoso de principios mínimos tanto en el trato humano con en la vida política.
Hay frases de Clemenceau que a primera vista uno diría que replicaban afirmaciones muy famosas de Churchill, pero cuando se revisan las fechas es patente que son originales de Clemenceau. Un ejemplo: "yo peleare al frente de PARIS, yo pelearé en PARIS, yo peleare detrás de PARIS". Esta frase recuerda la contundencia de una que Churchill pronunciaba años después: defenderé a Gran Bretaña por aire, defenderé a Gran Bretaña por tierra, y defenderé a Gran Bretaña por mar y en las calles si ello es necesario.
Clemenceau defendió en el parlamento varios temas algunos escandalosos y otros justos. No siempre salió airoso. Y su espíritu combatiente nunca disminuyó ni siquiera cuando no contó con el poder parlamentario ministerial. Un luchador. Un combatiente. Churchill no se quedaba atrás. Corrió muchos peligros inclusive aquellos que lo exponían a una muerte casi segura porque iba al frente de batalla y no a esconderse ni a parapetarse sino a recorrerlo. Exhibía un inusitado valor.
La hija mayor de Clemenceau le contó a Churchill un pensamiento íntimo de su padre que al parecer rememoraba algo de su abuelo. Clemenceau solicitó que lo sepultaran de pie y se ocupó de todos los detalles de su tumba y no permitió que hubiera ninguna palabra ni frase escrita en su lápida. Impresionante.
Ambos políticos sufrieron derrotas fuertes y ambos fueron llamados a conducir sus países en momentos de extrema gravedad.
Churchill describe así la vida de Clemenceau: "una vida tormentosa desde el comienzo hasta el final; peleando, peleando, de todas las formas; nunca una pausa, nunca una tregua, nunca un descanso. "Acaso una descripción de su propia vida...?
Con razón a Clemenceau lo llamaban “El Tigre”.