Ciudades pospandemia | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Agosto de 2020

De acuerdo con Naciones Unidas, para el 2025 las ciudades albergarán más de dos terceras partes de la población mundial. Si la pandemia no ha modificado estas proyecciones, los retos serán enormes no sólo para sus autoridades, sino también para sus ciudadanos.

El siglo XXI, llamado por algunos el `siglo de las ciudades`, ha evidenciado las dificultades de las urbes del mundo, ahora exacerbadas por el Covid-19: pobreza, desigualdad, falta de empleo, inseguridad, inadecuada infraestructura, modos y medios de transporte ineficientes, deterioro del ambiente, escasez de agua y deficiencias en el uso del suelo, son algunas problemáticas que deben avocar quienes tiene a su cargo la dirección de estos territorios. El acelerado proceso de urbanización ha producido que espacios en los que otrora se gestaban relaciones armónicas, vecindarios solidarios, vida de barrio, hoy se hayan transformado en territorios complejos donde el conflicto, el desorden, y muchas veces el miedo son la regla; tristemente aquella diversidad que, sobre todo en las megaciudades, era motivo de intercambio cultural, hoy es excusa para que prime la exclusión, la segregación y, en no pocos casos, la agresión y la violencia de distintos órdenes.

En el centro de estos problemas, pero también de las soluciones, está la educación como componente fundamental del desarrollo. No sólo la que se imparte en las escuelas o centros de educación formal de manera presencial o, como ahora, mediada por tecnologías. ¡No! Se trata de un ejercicio permanente de formación ciudadana en el que los propios habitantes, a partir de sus prácticas sociales, promueven el bienestar, la convivencia pacífica y el respeto por el orden. Sólo de esta manera será viable ejercer las libertades responsablemente con la conciencia de que el derecho propio tiene el límite del derecho ajeno y siempre apareja una obligación.

Ello por supuesto requiere de la acción del Estado. No obstante nada se logrará sin el concurso de los ciudadanos. Este ejercicio responsable de la ciudadanía es un motor para la transformación de las sociedades desiguales porque genera, a partir de la solidaridad colectiva, acceso a las oportunidades en igualdad de condiciones y promueve la cohesión social.

Concuerda lo anterior con el Informe de la Comisión Internacional sobre la educación para el Siglo XXI de la Unesco que señala que los períodos formativos y de aprendizaje deben darse toda la vida. Sólo así se puede contar con ciudadanos formados integralmente, capaces de dominar el cambio constante y por tanto de repeler engaños, manipulaciones y desinformaciones. Guillermo O’Donnell los calificaba de ‘ciudadanos de alta intensidad’.

Hoy, cuando las ciudades del mundo tienen la oportunidad de repensarse a propósito de los efectos que deja la pandemia, resulta interesante retomar el concepto de ciudades educadoras en las que sus habitantes tienen la facultad der ser alumnos y profesores simultáneamente. Por supuesto, se requiere madurez, compromiso y solidaridad entendida, en palabras de Álvaro Gómez Hurtado, como “la expresión primaria de la naturaleza social del hombre”. En sí mismas y en este sentido, las ciudades constituyen una escuela para sus ciudadanos. Bajo esta premisa, lo jóvenes tienen un papel preponderante: con su ejemplo como peatones, usuarios del transporte público, tejiendo relaciones respetuosa., equilibradas y amables pueden irradiar al resto de ciudadanos.

La invitación para las ciudades del mundo es a pensar en un modelo que realmente promueva la solidaridad y la cultura ciudadana.

@cdangond